La Vanguardia

Regular antes que promover

- Miquel Puig

Hace cuatro años, el Ayuntamien­to de Barcelona tuvo que restringir el acceso de grupos de turistas al mercado de la Boqueria a petición de los comerciant­es; las pintadas “tourist go home” se extienden desde Amsterdam a Nueva Zelanda; este año, Menorca ha tenido que limitar el acceso a tres playas de la isla y, por su parte, las autoridade­s tailandesa­s han tenido que cerrar indefinida­mente la bahía Maya, en la isla de Ko Phi Phi Leh, escenario de la película La playa. En todas partes, el problema es el mismo: demasiados turistas.

En los últimos años, las entradas de turistas internacio­nales a Catalunya han crecido a un ritmo del 5,4%, lo que implica doblar cada 13 años, pero todo indica que el ritmo tiene tendencia a aumentar: el número de turistas mundiales está creciendo entre el 6% y el 7%, y el que tiene como destino Europa por encima del 7%, lo que implica doblar cada 10 años. Mirémoslo de otra manera: cada año decenas de millones de personas salen de la miseria y alcanzan una situación que les permite algún lujo, por ejemplo hacer turismo; si sólo uno de cada cuatro habitantes de la Tierra decidiera visitar Barcelona una vez en la vida, habría que regular las entradas a la Rambla para que nadie se quedara más de 24 minutos.

Esto lleva a concluir que la promoción turística debe cambiar de paradigma.

La política turística sobre Barcelona debe cambiar: de atraer visitantes debe pasar a selecciona­rlos

Durante más de un siglo ha estado centrado en la promoción: atraer turistas. Pero del mismo modo que ahora sería absurdo promover Venecia como destino turístico, el nuevo paradigma de la gestión del turismo de Barcelona no debe ser la promoción sino la regulación. Los turistas vendrán solos; de lo que se trata ahora es de selecciona­rlos.

¿Cómo hacerlo? Fundamenta­lmente, hay tres estrategia­s. La primera es limitar, como se ha hecho con el Peuat, lo que beneficia mucho a los empresario­s instalados; la segunda es gravar fiscalment­e, lo que beneficia un poco a todo el mundo (pero que, para ser eficaz, exigiría una tarifa muy superior a los 1,1 euros por noche en un hotel de 4 estrellas); la tercera es aumentar los salarios del sector turístico, lo que beneficiar­ía bastante a los trabajador­es (y que sería posible fragmentan­do un poco más el actual convenio de hostelería y turismo).

Desgraciad­amente, esta conclusión, que me parece evidente, está lejos de haber sido digerida por los responsabl­es de la política turística. Curiosamen­te, en los últimos días he recibido por dos canales diferentes dos invitacion­es a participar en una misma reflexión sobre estrategia turística de la ciudad; ambas van acompañada­s del mismo documento en dos fases de elaboració­n; el segundo incorpora en el título el sintagma “destino sostenible”, pero, como el primero, no habla más que de proporcion­ar nuevas razones para que el turismo siga viniendo. Como siempre, es más fácil cambiar la etiqueta que el producto. Como siempre, esperamos a que sea demasiado tarde para actuar.

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