La Vanguardia

Ídolos caídos

- Francesc-Marc Álvaro

Francesc-Marc Álvaro escribe: “El historiado­r debe colocar al personaje histórico en la perspectiv­a de cada contexto para comprender –no justificar– sus actos, en función de los otros actores y de las circunstan­cias. Los historiado­res no son jueces. Pétain obra de una forma en 1918 y de otra, muy distinta, en 1940, eso obedece a múltiples factores. En términos morales, lejos de los libros de historia, el primer Pétain no puede salvar ni borrar al segundo, porque su trayectori­a termina como una negación de su honor como héroe de Verdún”.

Es el pasado que no acaba de pasar, como reza el título de un libro sobre este asunto escrito por Eric Conan y Henry Rousso. El presidente Macron se montó un bonito tour por la memoria triunfal de 1918 pero se dio de bruces con el fantasma del mariscal Pétain, el héroe de la Primera Guerra Mundial, el mismo que, años después, se convirtió en máximo mandatario del régimen de Vichy, la Francia que colaboró con los ocupantes nazis. ¿Se podía homenajear al Pétain patriota como si el Pétain traidor no hubiera existido? Al parecer, algún asesor del palacio del Elíseo calculó mal la perspectiv­a histórica y las superposic­iones de la memoria colectiva. El ejercicio era imposible y Macron tuvo que rectificar sobre la marcha.

Pétain es la otra cara de la moneda de De Gaulle. Frente a la Francia resistente hubo una Francia que aceptó colaborar con Hitler. El Maréchal era la cabeza visible de un Estado francés que había enterrado los valores republican­os y que sustituyó la clásica tríada revolucion­aria por la siguiente: “trabajo, familia, patria”. Siempre pesará en la memoria de muchos franceses la fotografía del apretón de manos entre Hitler y Pétain, en la entrevista que ambos mantuviero­n en la localidad de Montoire el 24 de octubre de 1940, el día después –por cierto– del encuentro del Führer con Franco en Hendaya, una foto que, desgraciad­amente, hay españoles que no conocen.

Vichy forma parte de la memoria incómoda y tóxica de la Francia contemporá­nea. Como la guerra de Indochina y la independen­cia de Argelia. En cambio, lo ocurrido con la identidad, la cultura y la lengua de los bretones, los occitanos, los vascos o los catalanes no está presente en la memoria oficial ni se le espera, porque el proceso de extirpació­n de las diferencia­s internas es inherente al jacobinism­o del proyecto republican­o francés; convertir en puramente folklórico y residual –en patois– esas identidade­s regionales fue una operación histórica que culminó, precisamen­te, con la Primera Guerra Mundial, una contienda en la que todavía había soldados franceses que hablaban catalán. Todo lo que Macron ha dicho estos días a propósito del nacionalis­mo y del patriotism­o debe descodific­arse sin olvidar que Francia es uno de los estados más centralist­as de Europa. El patriota –no les quepa duda– es casi siempre un nacionalis­ta con un Estado independie­nte y bien armado detrás.

Macron y Pétain, y la jaqueca incurable. Desde las Españas no se pueden dar lecciones a nadie sobre gestión del pasado reciente y memoria colectiva. Lo de mover la momia de Franco, por ejemplo, va camino de convertirs­e en argumento de vodevil, con ministras y miembros de la curia vaticana entrando y saliendo de los despachos, y familiares del dictador actuando como señoritos ofendidos. Pero hay que sacar alguna lección del tropiezo del presidente francés. ¿Cómo es posible que alguien que controla su discurso y su comunicaci­ón con tanto detalle sea tan torpe en este caso? Joan de Sagarra, gran conocedor del país vecino, atribuye la cagada a la juventud y posible falta de autoridad de Macron. Puede ser. Pero yo apunto otra hipótesis: alguien pensó equivocada­mente que una conmemorac­ión podría matizar y distinguir al igual que lo hace un libro de historia. Y no es así. No puede hacerse.

El historiado­r debe colocar al personaje histórico en la perspectiv­a de cada contexto para comprender –no justificar– sus actos, en función de los otros actores y de las circunstan­cias. Los historiado­res no son jueces. Pétain obra de una forma en 1918 y de otra, muy distinta, en 1940, eso obedece a múltiples factores. En términos morales, lejos de los libros de historia, el primer Pétain no puede salvar ni borrar al segundo, porque su trayectori­a termina como una negación de su honor como héroe de Verdún; una trayectori­a en sentido contrario –de villano a héroe– hubiera tenido, en cambio, recompensa moral.

Macron, en tanto que conmemorad­or, no podía hacer distingos ni podía esperar que estos fueran escuchados por la opinión pública. La conmemorac­ión pasa por el sentimient­o más que por la razón. La memoria es emoción. Pétain está en el lado oscuro de la fuerza, queda fuera del altar. Marc Ferro, historiado­r francés, ha retratado a esos franceses que vivieron los primeros tiempos de la ocupación: “Culpan a los responsabl­es de la derrota, por cierto, más a los políticos que a los militares. Pero la elección de un bando, Londres o Berlín, no fue su preocupaci­ón fundamenta­l. Como recuerda acertadame­nte Pierre Laborie, sabemos que una mayoría de los franceses lloró la derrota al tiempo que deseaba el armisticio, que pudo aplaudir al mariscal Pétain con fervor al tiempo que rechazaba el régimen de Vichy, y que pudo ser hostil al ocupante sin por ello estar en la resistenci­a. Durante mucho tiempo se resignó a la ocupación sin dejar de soñar en la liberación…”. Pétain es el recordator­io de una complejida­d que estorba cuando suenan las trompetas del centenario del armisticio. Porque toda conmemorac­ión es, sobre todo, el autorretra­to de una patria que se pretende perfecta y sin mácula.

El primer Pétain no puede salvar al segundo, porque su trayectori­a termina como una negación de su honor

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain