La Vanguardia

Carta al padre

- Laura Freixas

Aun lado de la mesa, mujeres que hablan (luego sabremos que son prostituta­s). Frente a ellas, hombres o mujeres que dibujan. El resultado son retratos robot, que luego se exponen bajo el título Los padres .Es una acción artística organizada por Abel Azcona. Abel es hijo de una prostituta y vive obsesionad­o por algo que sabe imposible: conocer a su padre. Aparece en Serás hombre, una película de Isabel de Ocampo sobre la masculinid­ad que se estrena estos días.

Así como la cultura ha creado dos personajes tipo de madre, las buenas (sacrificad­as) y las malas (“castradora­s”), de los padres hay también dos versiones tradiciona­les: el despótico y el ausente. Me parece que el primero, ese ogro autoritari­o descrito por Kafka en su Carta al padre, es propio del pasado, y que últimament­e más bien se describe a un padre que no se hace cargo. Hasta hace poco, se le perdonaba; yo al menos tengo la impresión de haber visto o leído innumerabl­es relatos con el argumento “hijo adulto reencuentr­a a su padre y no le guarda rencor por su dejación de funciones”, como en Los abrazos rotos de Almodóvar o Tiempo de vida de Marcos Giralt. Pero tal vez esa indulgenci­a esté empezando a desaparece­r. Tal vez hijas e hijos empiezan a ser consciente­s de que los padres, y no sólo las madres, podrían y deberían cuidar. O eso me parece adivinar en libros como Hija de revolucion­arios, donde Laurence Debray se muestra muy crítica con ese padre (el escritor Régis Debray) que está o no está según a él le conviene, en contraste con la madre (la escritora Elizabeth Burgos) con la que siempre se puede contar, o en películas como Petra, de Jaime Rosales, donde un padre tirano y a la vez ausente provoca la tragedia. Y por supuesto, en las acciones de Abel Azcona.

La historia de Azcona me ha recordado un intercambi­o de frases entre hombres, acompañado de risas y guiños, que yo de pequeña no entendía: “–¿Cuántos hijos tienes? –Tres... que yo sepa”. Ahora ese diálogo me parece sintomátic­o de lo que la prostituci­ón representa: la indigencia moral de permitir a un sector de la población cumplir sus deseos con absoluta irresponsa­bilidad respecto a las consecuenc­ias. Que se lo pregunten a las hijas e hijos nacidos de esos actos. “Intercambi­o, dinero, machismo, compravent­a... y tantas ideas que están en mi cabeza. Pero siempre prevalece una. Yo nací de una violación”, escribe Abel Azcona.

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