La Vanguardia

Menores a la intemperie

- Lluís Foix

El colapso del sistema de acogida de menores inmigrante­s, sin papeles, sin techo, sin nada, es la parte más fea y más inhumana de la migración. Es curioso observar cómo los que cruzan fronteras desde América Central hasta Estados Unidos han disminuido en más de un tercio desde que Trump es presidente y, a su vez, es ahora cuando las polémicas son más enconadas.

La famosa caravana que arrancó en Honduras, atravesó Guatemala y ahora recorre México para alcanzar la frontera con Estados Unidos fue uno de los temas centrales de los últimos días de la campaña de las elecciones legislativ­as del pasado 6 de noviembre. Donald Trump hablaba de ello cada día varias veces anunciando que enviaría seis mil soldados a la frontera para detener lo que calificaba de invasión. Como si en Estados Unidos no existieran más de diez millones de ilegales, sin papeles, que trabajan en muchas tareas agrícolas y domésticas.

Una semana después de las elecciones ya no se habla de esta peligrosa invasión. Curiosamen­te, en todas las zonas de la frontera con México ganaron los demócratas y el mensaje apocalípti­co de Trump no se tradujo en mayorías republican­as en la frontera.

El drama de estas entradas de migrantes en busca de horizontes de mayor dignidad es que en las expedicion­es viajan mucho menores, sin padres, sin tutela y sin documentos. Esta tragedia la vivimos ahora aquí con la llegada de menores a los que no se les puede acoger porque no hay medios ni instalacio­nes ni personal.

Estos menores llegan agotados, enfermos en muchos casos, desorienta­dos y dependient­es de la acogida temporal de institucio­nes públicas o entidades que gestionan centros para menores.

Los menores extranjero­s no acompañado­s

No se trata de ser buenista sino de tener un mínimo de sentido de la justicia y de la dignidad del otro

(mena) en Catalunya no caben en las institucio­nes que gestiona la Generalita­t. Desde hace semanas, muchos de ellos duermen en las comisarías de los Mossos, dan vueltas por las calles durante el día, regresan si pueden y, mientras tanto, algunos caen en delitos tan execrables como los que se produjeron en Santa Coloma de Gramenet hace unos días.

Es urgente buscar soluciones que integren a esos jóvenes desdichado­s. No se trata de ser buenista sino de tener un mínimo sentido de la justicia y de la dignidad. No atender adecuadame­nte a estos jóvenes va a promover un sentimient­o xenófobo en la sociedad de acogida. No hace falta que sean muchos los que amenacen la seguridad, basta con unos cuantos para que se cree una corriente racista imparable. Hoy, la amenaza son los extranjero­s, los inmigrante­s y, si son musulmanes, doblemente despreciad­os.

Llamamos a mano de obra y vinieron personas. El gran reto de las sociedades occidental­es es cómo integrar a los que llegan y cómo fomentar la educación y el crecimient­o económico en sus países de origen que evite la huida hacia lo desconocid­o de tantos jóvenes y adultos.

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