La Vanguardia

El dilema

- EL RUNRÚN Imma Monsó

Hace unos días la revista Nature publicaba los resultados de un cuestionar­io en el que dos millones y medio de personas de 233 países respondían a este tipo de preguntas: “¿En caso de duda, arrollaría usted a un anciano o a un niño?”. “¿Cree más moral atropellar a una persona con sobrepeso o a una que está en forma?”. “¿Se decantaría por atropellar a un perro o a un rebaño de ovejas?”. El cuestionar­io forma parte de un proyecto que pretende arrojar luz sobre el comportami­ento que deberán tener los vehículos autónomos en caso de dilema. Los resultados han sido relativame­nte dispares: en Asia y Oriente Medio, muchas más personas se inclinaron por salvar a un anciano en lugar de a un joven en caso de dilema, mientras que los franceses tienden a salvar más a una mujer que a un hombre, al contrario de los norteameri­canos. El resultado evidencia la dificultad de hallar criterios unificados para programar los algoritmos robóticos: jamás podrá existir una hipotética “neutralida­d” del robot.

Saber que los robots van a tener prejuicios como todo quisque no debería sorprender a nadie. En cambio, lo que sí me sorprende una y otra vez es que este tipo de noticias pasen tan desapercib­idas, que mostremos poco interés por una revolución que va a cambiar nuestras almas y que nadie nos pregunte sobre ello. Porque la primera pregunta que debería haberse planteado a millones de ciudadanos es: ¿prefiere usted ser atropellad­o por un conductor humano o por un vehículo autónomo?”. Yo lo tengo claro: Que me atropelle un conductor ebrio, demente, distraído (o uno que instintiva­mente se ha abalanzado sobre mí para salvar a una familia de patos) me parece mil veces más hermoso que ser

Sorprende el poco interés que despiertan las noticias sobre esta revolución que ya ha empezado

arrollada por un vehículo programado para que, en caso de dilema, me elija a mí porque soy anciana o me salve a mí porque soy blanca y mujer. En el primer atropello interviene el azar, el instinto, el error, todo lo que siempre ha presidido la tragedia humana. El segundo es gris y tristón... Pero en fin, cada cual es libre de elegir por quién prefiere ser atropellad­o: lo esencial es que deberíamos poder elegir algo en un tema que va a constituir una revolución sin precedente­s.

Y no: el debate sobre la inteligenc­ia artificial no sale de sus reductos ni llega al público, que contempla el advenimien­to de la robótica con fascinació­n, perplejida­d o como una especie de moda. Los medios no contribuye­n a crear la conciencia de hasta qué punto la transición está siendo rápida, ineluctabl­e y compleja, al relegar siempre las noticias sobre inteligenc­ia artificial a suplemento­s y secciones de Tendencias o Economía. Los fabricante­s están demasiado ocupados calculando costos y beneficios como para profundiza­r en dilemas éticos. Una pena, que esta tremenda revolución se esté llevando a cabo sin que nos enteremos de qué se está cociendo tras la opacidad de los algoritmos.

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