La Vanguardia

‘Welcome back’, balón a la olla

- Joaquín Luna

Como no somos novios, no les voy a mentir: nunca he terminado de entender por qué los ingleses han maltratado tantos años el balón sobre un terreno de juego, teniendo en cuenta que inventaron tan fantástico deporte y tuvieron el buen gusto de exportarlo.

Precisamen­te ahora, justo cuando los equipos ingleses hacían algo más que caer eliminados en cuartos de final de las competicio­nes continenta­les, el Brexit ha venido a imponer un retorno a las esencias. Welcome back, balón a la olla...

La propuesta de la Asociación Inglesa de Fútbol (FA) para adaptarse al simpático Brexit consiste en limitar a 12 el número de jugadores extranjero­s de una plantilla, en vez de los 17 actuales. Y digo simpático aunque tal vez deberíamos emplear “genial” porque es la votación más estrafalar­ia en décadas: los abanderado­s de la opción más votada han quedado como mentirosos –en el peor de los casos– o defenestra­dos –en el mejor–, como si en lugar de ganar hubiesen perdido. El más notorio autogol de la historia.

Yo me temo que el fútbol inglés –tan decisivo en el éxito de la Liga de Campeones en todos los frentes, empezando por el económico– retorne a la insularida­d y rebaje la espectacul­aridad alcanzada. También temo –recuerde, no somos novios– que si los clubs ingleses pierden fuerza, un año gane la Champions el Real Madrid y el otro algún equipo alemán (o el Juventus de Cristiano).

El desembarco de extranjero­s en la Premier League ha sido decisivo en el lifting exitoso de la competició­n, no hace tanto limitada a unos choques muy físicos donde veintidós jugadores –muy pocos de ellos negros o canijos, salvo Ardiles, una estrella argentina del Tottenham, relación maravillos­a truncada por la guerra de las Malvinas de 1982– corrían como posesos sin pararse a pensar lo que harían cuando tuviesen el balón bajo control. Eso sí: los ingleses nunca hacían la vida imposible a los árbitros –a diferencia de italianos y españoles– y camuflaban la dureza y alguna que otra tibia fracturada bajo el viril tackle, una suerte de coartada moral para todo defensa violento.

El fútbol enseñó a una generación de barcelonis­tas una lección imborrable. El Barça más brillante, el de la primera temporada de Johan Cruyff como jugador (1973-74), se fue al infierno un año más tarde. Hubo un cambio: Neskeens reemplazó a un gran delantero, Cholo Sotil. El equilibrio perfecto se desvaneció, el club volvió a las andadas y nunca más volvimos a sentir tanta satisfacci­ón en las gradas del Camp Nou. Lo que funciona –y la Premier funciona– no se toca. Ni se mueve un milímetro.

El fútbol inglés era rudo y ahora que había progresado... ¡Brexit!, el mayor autogol de la historia

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