Momentos de incierta gloria

LA vida parlamentaria no es distinta del resto de la vida del país, pero se le supone un valor de ejemplaridad que obliga a ser comedido en las palabras y responsable en los gestos. Sin embargo, en los parlamentos ha ocurrido de todo. Luis Carandell, que fue cronista y a la vez estudioso de las Cortes, escribió un libro en que contaba episodios desconcertantes. Por ejemplo, la discusión en el Congreso entre Antonio de los Ríos Rosas y Luis González Bravo a mediados del siglo XIX acabó en un desafío: se batieron a pistola en las afueras de Madrid. González Bravo resultó herido en el hombro y su retador lo recogió. En sede parlamentaria también hubo un impresionante intercambio de bofetadas en 1897 por la cuestión de Cuba entre Leopoldo O’Donnell, duque de Tetuán (conservador), y el catedrático de Derecho y senador Augusto Comas (liberal), pero al menos esta vez la cosa no acabó a tiros.

La intensidad emocional parlamentaria ha generado amplia literatura en un país de tanta tradición democrática como el Reino Unido, donde se prefiere la ironía al sarcasmo. Pero en 1976 se formó una trifulca entre los laboristas en el poder y los conservadores de la oposición que acabó en una batalla campal, con reparto de insultos y agresiones durante la aprobación de la ley de nacionalización de las industrias navales y aeronáuticas.

En todas partes y momentos, los parlamentos viven momentos de incierta gloria, pero es bueno actuar preventivamente. Que Roger Torrent, el presidente de la Cámara catalana, convocara esta semana a los representantes de los grupos para rebajar la tensión en los plenos, que les recordara el código de conducta y que pidiera respeto mutuo es de agradecer. La última sesión plenaria resultó lamentable. La línea roja entre las opciones políticas y la descalificación personal no es delgada. Lo que en ocasiones resulta escaso es la categoría de quienes toman la palabra.