Núria Espert
La dilatada carrera de la actriz Núria Espert ha sido reconocida con el premio Europa de Teatro, un galardón de dimensión ética y artística, que no ha podido recoger en persona en San Petersburgo por una pequeña lesión.
Los premios Europa de teatro arrancan este año con ausencias. Sonadas. Por motivos muy diferentes. Los galardones del teatro europeo se entregan este año en San Petersburgo y dos de sus ganadores no van a poder asistir: Núria Espert y Milo Rau. El suizo Milo Rau, uno de los mayores directores europeos de la actualidad, casi con toda seguridad no ofrecerá su charla este sábado porque, simplemente, explicó a La Vanguardia ayer, no le dan el visado. No se lo deniegan tampoco, pero, asegura, desde que montó la obra Los juicios de Moscú no ha logrado entrar en Rusia. Esta vez, dice, lo ha intentado semanas y la organización de los premios también.
Sin duda, el asunto traerá cola en lo que queda hasta la gran gala de mañana noche en el teatro Alexandrinsky, donde su director, Valery Fokin, recibirá el galardón mayor de estos premios por su carrera. Ayer se pudo ver su montaje Schweik. El regreso, un ácido alegato antibélico de dimensiones escénicas colosales y visualmente fascinante. Apabullante y hasta con un numerito de la Carrà con lentejuelas doradas en plena guerra.
La otra gran ausencia en los galardones será Núria Espert, premio especial de este año, el segundo mayor, por “su genio, su ductilidad y su compromiso”. La Espert tropezó y tiene la mano rota. Ayer, en la que iba a ser su conferencia, su nieta Bárbara Lluch, directora de ópera como lo fue ella, y tres especialistas en su trabajo, Ángela Monleón, Itziar Pascual y María Delgado, mostraron un vídeo con una entrevista a la actriz realizada para los premios. Una entrevista que emocionó en la que la Espert, con el brazo en cabestrillo, recordó que ha recibido galardones pequeños y grandes, pero que éste es muy especial porque además de su trabajo “por primera vez me premian como persona y va a quedar, aunque no lo merezca, que he sido una buena persona”. “Y sí, he luchado como tantos millones en España por la decencia, la bondad y la justicia”, recalcó. Y demostró que, como también dijo, se siente “tan peleona como antes”.
Primero evocó su compromiso casi religioso con el teatro: “Me ha obligado a darme cuenta de lo poco que sabía. Me ha obligado a saber más. Me ha hecho fuerte en un mundo donde encima de un escenario la mujer sí tenía su sitio: un gran papel femenino ningún tipo de
La Espert no puede recoger su galardón en San Petersburgo: mano rota. A Milo Rau en cambio no le dan visado
atraso machista puede cambiarlo”.
Y eso que entró con 12 años al teatro a regañadientes. “Quería ser bailarina. Menos mal que no tenía ningún talento. Al poco el teatro me hizo suya y le continúo sirviendo”. Rememoró su compañía teatral, en la que “Armando –su marido– se ocupaba de las nóminas y yo de lo que íbamos a hacer. Eran los sesenta, si le echabas valor y eras escurridiza y sabías moverte en ese mundo tan inmundo conseguías pequeños pasos adelante y, si lo lograbas, la ambición era mayor, aunque con dos palabras ellos lo podían tirar abajo. Tratamos tantas cosas que no salieron, como La lozana andaluza de Alberti dirigida por Ronconi. Salieron otras como la Yerma con Víctor García. Lo que hacía falta era no sentarte a llorar. Toda vida es un compromiso. Hay quien cree que no, pero no moverse ya es tomar una decisión. Mi compromiso no es intelectual, es más visceral. Mis libros preferidos tienen héroes que optan por la acción”. Reconoció, eso sí, que el mundo es más complicado que hace 30 años y confesó que de jovencita pensaba “en los Estados Unidos de España: no entendía por qué Portugal o Andorra estaban separados. Ahora sigo sin comprenderlo. Se busca un catacrac completamente equivocado”.
Las entrevistadoras se despiden. Le dicen que se cuide. “Si me cuido mucho. Hago vida de monja. Soy sor Núria de Hospitalet”, sonríe.