La Vanguardia

Emblemas risibles

- EL RUNRÚN Clara Sanchis Mira

Clara Sanchis Mira escribe: “Hacer humor con las banderas, precisamen­te ahora que de símbolo parecen haber pasado a proyectil, no es mala idea. Cuando las cosas se salen de madre y están que arden, la risa puede ayudar a aligerar. Es obvio que muchas personas no lo ven así. Pero no son tantas”.

Volvemos a comprobar que las banderas provocan distintas visiones. Mientras unos ven en ellas un símbolo profundo, otros vemos telas. Esta diferencia óptica nos trae problemas de convivenci­a. Pero ambas visiones son inevitable­s. Cada corazón es un pequeño misterio, y el amor no atiende a razones. Quiero decir que por más que, por ejemplo yo, quisiera sentir emoción al ver agitarse al viento la bandera que me toca, no lo conseguirí­a. No siento nada. ¿Soy culpable de algo? Será un problema de falta de imaginació­n, porque sólo veo tela. Aún así, tolero que se paguen homenajes, coros y danzas, con mis impuestos, honrando lo que para mí es un tejido. Y no me ofendería que alguien hiciera un chiste sobre mi corazón seco de banderas. No me ofendería que alguien se riera de esta cortedad visual mía, porque no estoy aposentada en el mullido sillón de La Ofensa. El buen ofendido necesita tener de su parte La Razón de la Tradición. No es un rango con el que se innove alegrement­e. Y el culto a las banderas está con nosotros desde toda la vida de Dios, sellado con ríos de sangre, movilizand­o ejércitos. Ahí es nada.

Todo esto no contradice que haya que respetar los sentimient­os de banderas de los demás. Así lo hacemos. Las personas insensible­s observamos las banderas, que tanto proliferan hoy, sin hacer comentario­s ruidosos, ni darles usos pintoresco­s que se nos podrían ocurrir. Lo que ya no es soportable es que se censuren programas de humor y se castigue a sus profesiona­les. Sabemos que hay un límite en el humor, que podríamos englobar en una sola idea: el sufrimient­o ajeno –del propio a veces logramos reímos, y resulta saludable–. Pero

Por más que quisiera sentir emoción al ver agitarse al viento la bandera que me toca, no lo conseguirí­a

la pérdida del sentido del humor es síntoma de alguna clase de enfermedad. Por eso, ver a dos cómicos pedir perdón por un chiste de banderas es alarmante. Un gag que, además, ya pedía disculpas en su propio guion. Y que, francament­e, era un gag de bebé, si pensamos en los Monty Python, El Mundo Today o un Ricky Gervais.

Hacer humor con las banderas, precisamen­te ahora que de símbolo parecen haber pasado a proyectil, no es mala idea. Cuando las cosas se salen de madre y están que arden, la risa puede ayudar a aligerar. Es obvio que muchas personas no lo ven así. Pero no son tantas. Que en Polònia (TV3) se suenen los mocos con un puñado de banderas, en su respuesta solidaria, mientras en El intermedio (La Sexta) piden disculpas por sonarse sólo con una, lleva a preguntar si hay cosas, como esta, en que una televisión pública goza de mayor libertad. ¿Estaríamos ante otro asunto de dinero? Con todo, es un alivio que el Congreso haya rechazado el proyecto de ley de los populares que pretendía prohibir los lazos amarillos (tela) y aumentar el castigo a las ofensas a otros símbolos como las banderas (ídem) o los himnos (canciones).

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