“Voy a sacar esto adelante”, dice May desafiando a sus opositores
das, aunque la impresión es que el número mágico no se ha alcanzado. A pesar del llamamiento a las armas de Rees-Mogg, numerosos diputados se muestran reticentes a dar ese paso, que radicalizaría aún más el Brexit y la política británica, y tal vez podría partir en dos al partido.
Los amotinados, antes de pintarse la cara de piratas y subirse a lo alto de la vela mayor, han de tener en cuenta que poner en marcha la moción de censura sería lo más fácil. Lo más difícil, sumar 158 parlamentarios tories dispuestos a votar contra May, sabiendo la inestabilidad que ello provocaría en una situación ya de por sí delicada. Además, en el caso de que la premier sobreviviera, no podrían plantear otro desafío hasta dentro de un año, perdiendo gran parte de la influencia desproporcionada que tienen.
“Voy a sacar esto adelante, y lucharé por el puesto si hay un desafío a mi liderazgo”, declaró May ayer por la tarde, en la penumbra de una Downing Street iluminada sólo por los focos de las cámaras de televisión, en el mismo escenario que veinticuatro horas antes había anunciado, con su habitual cara de póker, la “decisión colectiva” (que no unánime) del gabinete de respaldar el compromiso con Bruselas.
Que había movimientos subterráneos de tierras fue evidente en cuanto salió el sol por el East End de Londres. El ministro del Brexit, Dominic Raab, que en la reunión del gabinete apenas abrió la boca, presentó su renuncia invocando “fallos fatales en el acuerdo con la UE que van en contra de las promesas hechas durante la campaña del referéndum y de la plataforma del Partido Conservador”. Le siguió en cuestión de minutos la ministra de Trabajo y Pensiones, Esther McVey, que en la reunión se había enfrentado a gritos con May pidiendo una votación abierta sobre el acuerdo que dejase claro quiénes estaban a favor y quiénes en contra. No está claro si la sangría ha acabado ahí, porque Penny Mordaunt, la responsable de Ayuda Internacional, lleva tiempo coqueteando con dar también la espantada.
La marcha de Raab (que sustituyó en el verano a David Davis) constituye un golpe duro, pero lo crucial para May es que por el momento sigue gozando del respaldo del resto de pesos pesados del gabinete. Ahora los ojos están centrados en Michael Gove, ministro de Medio Ambiente con un considerable respaldo parlamentario y aspirante al liderazgo. La premier le ofreció ayer mismo la cartera del Brexit, pero respondió que sólo la aceptaría si tiene autoridad para cambiar el acuerdo con Bruselas, algo a estas alturas dificilísimo.
“Soy consciente de las preocupaciones que suscita el compromiso alcanzado con la UE, pero creo con todas las fibras de mi ser que es lo mejor posible para el país, y que respeta el resultado del referéndum”, declaró desafiante May en la conferencia de prensa. Si sobrevive a las dimisiones ministeriales y a la rebelión de su grupo parlamentario, su próximo examen será el voto en la Cámara de los Comunes el mes que viene. Y si su encuentro de ayer con los diputados es un barómetro fiable, no lo tendrá fácil. Fue atacada desde todos lo frentes, y su afirmación de que “el Reino Unido saldrá ordenadamente el 29 de marzo” fue recibida con silbidos y risotadas. Pero ella, terca como una mula, sigue. El seis doble permanece en pie sobre el tapete. Quiere pasar a la historia como la primera ministra que sacó al país de Europa.
EL ACUERDO
“Creo con todas las fibras de mi ser que es lo mejor posible para el país”, dice la premier
EL RIESGO
Los promotores de una moción de censura no lo tendrían fácil para tener los 158 votos necesarios