Elogio del politólogo
Si los duros tiempos de crisis económica propiciaron una inflación de economistas en tertulias, tribunas de opinión y foros de debate, los últimos y convulsos años políticos –el auge de los nuevos partidos, Trump, moción de censura a Rajoy, DUI, populismos, Brexit– han impulsado una generación de jóvenes y ambiciosos politólogos como interpretes de urgencia.
Entre todos ellos, Pablo Simón (Arnedo, 1985) es uno de los que analiza con mayor claridad en múltiples plataformas los fenómenos políticos. Profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, y coeditor de Politikon, Simón presenta ahora su primer libro en solitario después de La urna rota y El muro invisible.
Jugando con el título del manual de política por excelencia, El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, hace un elogio de su negociado y asegura que la ciencia política se ha ganado, después de que la crisis económica acelerara los cambios sociales y políticos, “la oportunidad de hacer divulgación como nunca y de ganarse hasta cierto punto, el derecho a ser escuchada”. En este punto, Simón recurre a la hipérbole provocadora al asegurar: “El intelectual ha muerto, larga vida a la ciencia social”.
La premisa de partida del ensayo de Simón es que la política es una ciencia autónoma, “relevante y con capacidad transformadora”, de ahí la fuerte atracción que siempre ha ejercido sobre tipos muy diferentes de personas.
Simón amplía su radio de análisis
Simón ofrece un amplio análisis sobre
los fenómenos y cambios políticos de
los últimos años
y aborda también desde una perspectiva socialdemócrata y por momentos irreverente la crisis de los partidos tradicionales y la emergencia de los nuevos, la distancia entre el voto de los jóvenes y los mayores, el feminismo, la brecha de representación, la crisis de la socialdemocracia, el auge de la nueva extrema derecha, el federalismo...
Simón concluye su particular canto de amor a la política expresando un deseo que considera urgente y necesario: la aparición de un “príncipe moderno” que se caracterice por ser “alguien virtuoso en su desempeño de las funciones públicas, alguien cuyo ánimo no pudiera traer tanto la felicidad a sí mismo como a aquellos que son miembros de su comunidad política”.