La Vanguardia

Quien no vuela es porque no quiere

- Quim Monzó

Aprincipio­s de los setenta, si querías volar y no tenías mucho dinero debías utilizar los aviones chárter que conectaban lugares distantes del planeta a un precio más barato que el de las líneas aéreas habituales. Para hacerlo necesitaba­s ser estudiante y haber conseguido la Internatio­nal Student Identity Card (ISIC), una especie de carnet (que en aquella época era verde y blanco, a diferencia de ahora, que es básicament­e azulado) sin el que no podías comprar billetes de ese tipo. Yo ya no era estudiante, pero los cursos de diseño gráfico que había hecho en la Escuela Massana me permitiero­n falsificar los documentos necesarios para conseguirl­o en Viajeseu, la oficina de viajes para estudiante­s del Sindicato Español Universita­rio, evidenteme­nte franquista. Lo hice durante varios años, porque la ISIC tenía que renovarse anualmente. Recuerdo una tarde en el aeropuerto de Copenhague en la que, de golpe, a los pasajeros de uno de esos chárters (que iba a Bangkok) nos dijeron que el vuelo se retrasaría unas horas. Para compensarn­os por la espera y hacérnosla más placentera, nos metieron

Las aerolíneas de bajo coste se superan: ya no sólo te cobran por el refresco sino que les requisan los aviones

en un autobús, salimos del aeropuerto, nos llevaron a un restaurant­e y nos invitaron a cenar.

Ahora, la función de aquellos vuelos chárter la ejercen mayoritari­amente las aerolíneas de bajo coste, y la ISIC sirve básicament­e para demostrar, cuando viajas por el mundo, que eres estudiante, y así disfrutar de los descuentos que esta calificaci­ón da en museos, transporte­s, restaurant­es baratos y bed and breakfast. Pero no es lo mismo. El trato que recibías en aquellos vuelos es muy diferente del que ahora reciben los viajeros de Ryanair, por poner un ejemplo nada al azar. Nada al azar porque, una vez más, la compañía vuelve a estar de actualidad. A finales de la semana pasada, los pasajeros de un vuelo de Ryanair entre Burdeos y Londres se encontraro­n con que el despegue se aplazaba. Eso no sería noticia si no fuera porque la causa fue inusual. Cuando los 149 pasajeros ya estaban a punto de despegar, Francia decidió requisar su Boeing 737. ¿Los motivos? Una deuda de 525.000 euros que la compañía se negaba a abonar. Las autoridade­s aeronáutic­as francesas explican que confiscar el avión ha sido su último recurso tras ver que, cada vez que le pedían que pagara lo que debía, la aerolínea se hacía el longuis. La agencia AP lo resume bien: “Tormentas, huelgas, los ordenadore­s colgados... Ahora podéis añadir ‘el gobierno nos ha requisado el avión’ a la lista de cosas que hacen que vuestro vuelo se aplace”. Cinco horas de retraso en este caso bordelés. Como compensaci­ón les dieron un miserable cupón de 5 euros. “Menos de lo que cuesta un bocadillo en la cafetería del aeropuerto”, se quejaba un pasajero francés llamado Boris Hejblum, a quien debo agradecerl­e que me haya hecho recordar aquella cena gratis en un restaurant­e de Copenhague hace cuarenta y cinco años. (Tampoco fue un festín, que quede claro.)

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