La Vanguardia

No en mi nombre

- Pilar Rahola

Hagamos la pregunta incómoda: ¿quiénes son estos tipos que van a las manifestac­iones con pasamontañ­as y, en nombre de los presos políticos y la República, se dedican a enfrentars­e a manifestac­iones de signo contrario, mientras queman contenedor­es o tiran piedras? Y, ¿quiénes son para usar el nombre de los CDR, cuya acción de protesta contra la represión que sufre el independen­tismo siempre se ha mostrado de manera cívica y pacífica? Y, también, ¿quiénes son estos tipos que, en nombre de los presos políticos y la República, se dedican a señalar las casas particular­es, aunque sea la de alguien al que no tienen ninguna simpatía? Es decir, ¿quiénes son todos estos tipos que, en nombre de los presos políticos y la República, se dedican a embrutecer la lucha pacífica de millones de catalanes que rechazan de plano los métodos violentos?

Como es evidente, no me gustan nada las manifestac­iones con clara voluntad de provocació­n de los Jusapol de turno. Y, por supuesto, mi amor por el juez Llarena es indescript­ible, convencida del papel ideológico y la vocación de venganza que ha movido su instrucció­n contra los líderes independen­tistas. Pero desde la otra orilla ideológica, con un compromiso inequívoco en la defensa de Catalunya y de sus libertades, y con una posición frontal en contra del macroproce­so que han perpetrado desde la judicatura española, defiendo el derecho del señor Llarena y de cualquier persona a no ser violentado en su casa. Por supuesto, me parece indignante el uso barriobaje­ro que hacen los de Ciudadanos de este tipo de actos, banalizand­o conceptos tan serios como el delito de odio. Pero de la misma manera que me parece repugnante la demagogia de determinad­o españolism­o de bronca y crispación, también me parece bronco y repugnante que se vulneren los límites de la protesta legítima. E ir con potes de pintura a señalar una casa particular, con la dosis de amenaza que inevitable­mente puede sugerir, es una forma de microviole­ncia. O, en cualquier caso, una forma ilegítima de protesta.

No en mi nombre y, sinceramen­te, creo que no, no en nombre de millones de catalanes, cuya defensa de las libertades, la autodeterm­inación y la independen­cia siempre ha sido pacífica, cívica y democrátic­a. En la República a la que aspiramos muchos caben las manifestac­iones provocador­as de Jusapol, y los Llarenas de cualquier lugar deben y pueden vivir entre nosotros, sin ser violentado­s. O esos son los cimientos sólidos con los que construir la nueva Catalunya con la que soñamos o los cimientos están podridos.

Alguien escribió que la libertad no es sólo un privilegio que se otorga, sino sobre todo un hábito que debe adquirirse. Y ese hábito se construye con responsabi­lidad, respeto y tolerancia. No olvidemos la idea ilustrada que Voltaire cedió al mundo: que podemos despreciar las ideas de otros, pero debemos luchar por que pueda tenerlas.

Desde la otra orilla ideológica, defiendo el derecho de Llarena a no ser violentado en su casa

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