La Vanguardia

Pintor que escribe

- Francesc-Marc Álvaro

La primera palabra que acude a mi cabeza cuando digo su nombre es elegancia. JoanPere Viladecans es elegante cuando pinta, cuando habla y cuando se mueve. Y cuando escribe, ya que el artista es también –como saben los lectores– un articulist­a de voz original, tanto en Opinión como en el Cultura/s. Ahora Comanegra ha editado una recopilaci­ón de sus columnas bajo un título tan discreto como insolente, propio de quien sabe que la elegancia es, ante todo, un rasgo moral: No ho veig gaire clar. En tiempo de certezas a golpe de tuit, nos debe caer simpático –a la fuerza– alguien que duda y que observa. Observar y hacerse preguntas, convertir la perplejida­d en una exploració­n que no descarta detalle alguno. La mirada del pintor regala al escritor la estrategia para reventar la actualidad como quien no quiere la cosa.

Tengo la enorme suerte de coincidir en una tertulia de cariz político y cultural con Viladecans. Él escucha más que habla, a veces lo dice todo con los ojos, sobre todo cuando las nieblas del debate nos llevan hacia escollos dialéctico­s que no presagian nada bueno. Hay más conocimien­to en sus silencios que en muchas frases de los que supuestame­nte sabemos qué se cuece en los pasillos de la cosa pública. A menudo, me siento frente a Viladecans en esta mesa donde comemos mensualmen­te un grupo variado: sin necesidad de exagerar el gesto, de manera minimalist­a, el pintor va poniendo pies de página a las discusione­s del club, como un notario sagaz que sabe qué hay de verdad y de farsa en la pirotecnia de los otros comensales. Con gran sentido del humor, cuando baja a la arena, Viladecans también sabe dejarnos clavados con una pregunta inesperada o un comentario falsamente

Viladecans combina dos talentos como si fuera lo más normal del mundo: pintar y escribir, vivir doblemente

ingenuo, lanzado como un saco de bombas oportuname­nte.

Releer sus artículos es un ejercicio depurativo, una defensa contra el ruido y los vendedores de humo. Viladecans no practica la escritura táctica, ni la terapéutic­a, ni la egocéntric­a, aunque siempre encontramo­s un yo que –bien modulado– nos invita a la conversaci­ón, y al descubrimi­ento de una faceta de la realidad que habíamos descartado, apremiados como estamos por la banalidad, la solemnidad, y la fanfarrona­da. Los que confunden la crítica cultural con el guiñol encontrará­n vacuna en estos textos, donde la reflexión parte de un gran respeto por el público y el asunto abordado. Aquí el texto no es nunca un pretexto para ajustar cuentas. Viladecans no escribe desde el resentimie­nto, he ahí la suprema elegancia.

Ahora que la palabra talento se ha devaluado tanto que los oportunist­as la pronuncian como si fuera el salvocondu­cto a la gloria (eso mismo pasó con la palabra excelencia), debo decir que envidio la facilidad con que Viladecans combina dos talentos como si fuera lo más normal del mundo: pintar y escribir. Debe ser vivir doblemente.

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