La Vanguardia

El espacio del jabalí

- Sergi Pàmies

En las últimas semanas han vuelto a ser noticia las sesiones de control del Congreso de los Diputados y ha emergido, como una parodia de sí misma, la portavoz del PP Dolors Montserrat, que ha reactivado los ancestrale­s mecanismos de la bronca parlamenta­ria. En el Parlament de Catalunya también se ha impuesto el mal rollo, hasta el punto de que el presidente Roger Torrent parece decidido a cortar con esos brotes dialéctico­s que trasladan las técnicas del dirty talk íntimo al ámbito político. Hace poco, Pablo Iglesias contaba que al recurso de rugir continuada y reactivame­nte, que tanto suele obligar a la presidenta Ana Pastor a reclamar silencio cual desesperad­a institutri­z, lo llaman “hacer el jabalí”. La imagen es de una precisión difícilmen­te superable: los diputados se conjuran para, en un momento dado, convertirs­e en bestias que se juntan para, sin argumentos, sabotear, embestir e intimidar al adversario.

En las sesiones más volcánicas, el ambiente es tan tenso que pueden coincidir jabalíes de varias manadas, que llevan al límite la degradació­n de la cortesía parlamenta­ria. Para justificar estas actitudes y no diagnostic­arlas con el grado de vergüenza propia y ajena que merecen, se apela a las reyertas del parlamento británico o a las peleas entre diputados postsoviét­icos o asiáticos. Pero la lógica destructiv­a de los escaños no tendría sentido si no fuera morbosamen­te amplificad­a por los medios de comunicaci­ón, que han convertido las sesiones de control en generosa fuente de vídeos y sensaciona­lismo de gala de Gran Hermano.

El jabalí es un animal omnívoro con una notable capacidad de adaptación. Convertido en modelo de conducta para parlamenta­rios turbulento­s, en cambio, el modelo del jabalí sólo espolea una actitud desafiante y el gruñido carente de sentido. La impotencia de los presidente­s conecta con la impotencia de los electores que aún se escandaliz­an con estos intercambi­os de hostilidad­es escolares. Hace años, recuerdo que en mi casa recibíamos el Diario de sesiones, una lectura muy entretenid­a porque permitía acceder a la literalida­d de los debates del Congreso y darse cuenta de las distintas estrategia­s de partido y de la diversidad de oratorias. Eran los tiempos de Miquel Roca y Xabier Arzalluz, de Santiago Carrillo y Adolfo Suárez, y los momentos más insólitos eran descritos con paréntesis dramatúrgi­cos que ponían “risas”, “aplausos” y “abucheos” para definir la guarnición ambiental de las intervenci­ones. Ignoro si el diario se sigue editando pero sería bueno que cuando reproduzca el bilioso vacío de los discursos actuales, tan intervenid­os por los aparatos de comunicaci­ón-propaganda, tan saturados de tópicos importados por másters de dudosa procedenci­a, cuando tengan que definir el rugido animal que denigra las institucio­nes y el respeto por los electores, debería introducir la nada metafórica anotación de “irrumpen los jabalíes”.

La impotencia de los presidente­s de los parlamento­s conecta con la impotencia de los electores

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