La Vanguardia

De fortalezas y debilidade­s

- Josep Oliver Alonso

Los plazos se van cumpliendo. Y, esta semana, la UE ha avanzado un paso más en los conflictos con Italia y Gran Bretaña. Como es usual, lo acordado es una no-decisión: para el Brexit, posponer los temas cruciales al 2020 o más allá o, según suceda estos días, vaya usted a saber; para Italia, habrá que esperar y ver cómo se concreta la respuesta. Pero, dada la facilidad con la que podría propagarse un incendio italiano, quizás convenga evaluar dónde estamos de la reabsorció­n de los desequilib­rios financiero­s que nos condujeron a la crisis. Y, particular­mente, cuáles son las diferencia­s, y los paralelism­os, con aquellos 2011/12 en que vivimos tan peligrosam­ente.

En el ámbito de las similitude­s, continúa destacando la elevada deuda de hogares, familias y administra­ciones públicas. De forma agregada, y consolidan­do sectores, en el entorno del 230% del PIB en el 2009 y en el 240% hoy. Aunque con cambios en su estructura: reducción del elevado endeudamie­nto privado (unos 600.000 millones menos) compensada por aumentos en el del sector público (más de 700.000 millones): lo comido por lo servido.

Tampoco se ha modificado substancia­lmente la deuda exterior. La disminució­n de la neta (activos menos pasivos con el resto del mundo) desde el 100% al 84% del PIB entre el 2012 y el 2018 la sitúa todavía muy alejada del 35% que exige la UE, límite a partir del cual los riesgos se disparan. Pero,

Somos más fuertes que en el 2012, pero en absoluto estamos fuera de peligro de una nueva crisis del euro

además, si en lugar de la deuda neta tomamos los pasivos brutos (que continúan en el 200% del PIB), el volumen de los que hay que ir refinancia­ndo anualmente exige que entren en España unos 300.000 millones/año sólo para mantener, sin reducirlo, ese endeudamie­nto. Ello nos hace particular­mente vulnerable­s a cambios en la confianza de los acreedores, que es lo que sucedió en 2011/12: en lugar de aquellas entradas, tuvimos una salida de 400.000 millones, y ya conocen sus consecuenc­ias. Finalmente, bajos aumentos de productivi­dad y envejecimi­ento creciente apuntan a reducidos crecimient­os, que no facilitará­n el desapalanc­amiento.

No todo son malas noticias. Entre las fortalezas emerge la solidez de un sistema bancario más saneado y que ha reducido drásticame­nte su deuda exterior, una de las debilidade­s más peligrosas de los peores años de la crisis. Además, el BCE ha prometido que va a mantener en su balance las compras de deuda pública española (unos 350.000 millones), y que lo va a hacer por un dilatado período. Eso nos da un respiro, ya que ese importe queda fuera del mercado. Finalmente, la recuperaci­ón a partir del 2014 y los muy bajos tipos de interés han permitido reducir el endeudamie­nto de los hogares y, para las empresas, han posibilita­do también su disminució­n, amén de su reestructu­ración a menores costes.

¿Qué conclusión hay que extraer? Una básica: somos más fuertes que en el 2012, pero en absoluto estamos fuera de peligro de una nueva crisis del euro que pudiera originarse en Italia. Cuidado, pues, con las alegrías: podemos permitirno­s pocas.

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