La Vanguardia

Ofensiva de los díscolos del Brexit para tumbar a May

Los opositores al acuerdo con la UE suman apoyos para una moción de censura La ONU alerta que tras la ruptura habrá más británicos pobres

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Acusada de “humillar al país y mentir al pueblo”, con su liderazgo (y el acuerdo sobre el Brexit) pendiente de un hilo y comparada por sus peores enemigos con Neville Chamberlai­n (como si un compromiso con Europa fuese lo mismo que con Hitler), Theresa May vio ayer cómo se iban acumulando las cartas de diputados conservado­res exigiendo una moción de confianza contra ella. Pero anoche el cartero todavía no había llamado a su puerta. La primera ministra siguió a lo suyo, sustituyen­do a los ministros dimitidos. Steve Barclay, ex secretario de Estado de Sanidad, es el nuevo titular de la cartera del Brexit, y Amber Rudd regresa al gabinete como responsabl­e de Trabajo y Pensiones. Partidario de la salida de la UE y considerad­o leal a la primera ministra, Barclay –que hasta ahora había ocupado puestos secundario­s en el Gobierno y había sido director del banco Barclays– tendrá que lidiar con un puesto en el que se han quemado David Davs y Dominic Raab.

Aún así, la palabra caos se queda muy corta a la hora de describir el ambiente en Westminste­r. May está muy tocada, pero todavía no hundida. Es como un submarino golpeado por los torpedos, que hace agua por todas partes pero se resiste a quedarse encallado en el fondo del océano. Los partidario­s del Brexit avanzan cada día que pasa hacia las 48 cartas (un 15% del grupo parlamenta­rio tory) que son necesarias para orquestar un motín, pero la partida no ha acabado todavía. Para derrocarla haría falta que 158 diputados conservado­res la dejasen en la estacada y optasen por un cambio , lo cual no es fácil a pesar del enrarecido ambiente político de Londres. El bloque euroescépt­ico tiene un núcleo duro de medio centenar de parlamenta­rios, y otros tantos que pululan en su órbita. Pero sería imprescind­ible que elementos moderados y preouropeo­s se sumasen también al acto de rebelión.

Desde temprano por la mañana empezaron a circular rumores en Westminste­r de que Graham Brady, el presidente del grupo parlamenta­rio, disponía ya casi de las 48 cartas pidiendo la moción de confianza, y que Downing Street había sido informado de ello. Los whips (encargados de mantener la disciplina de partido) recibieron instruccio­nes de regresar a la capital desde allí donde se encontrara­n y fuera lo que fuese lo que estaban haciendo, y movilizars­e para contener la sedición y buscar todos los apoyos posibles para May. Una veintena de diputados, entre ellos el exministro John Whittingda­le, anunciaron que se habían sumado a los amotinados. Boris Johnson permaneció mudo.

La propia primera ministra había indicado ya la noche anterior, en una conferenci­a de prensa, que no pensaba arrojar la toalla, y aceptará si es necesario el desafío. Y que aunque su autoridad quedase mermada, seguiría adelante con su plan del Brexit aunque ganase la moción de censura, si es que al final la hay, por sólo un voto. Otra cosa es que la realpoliti­k se lo permita, pero eso es una cuestión para otro día.

Las cosas podían haber sido todavía peores para Theresa May si algún otro ministro importante se hubiese añadido a la lista de dimitidos, después de Dominic Raab (Brexit) y Esther McVey (Trabajo y Pensio-

CARRERA PARLAMENTA­RIA Los amotinados necesitan 48 firmas para forzar una moción de confianza

NOMBRAMIEN­TOS La premier encarga la cartera del Brexit a Steve Barclay, exsecretar­io de Sanidad

nes). Todos los ojos estaban puestos en Michael Gove, responsabl­e de Medio Ambiente y potencial candidato al liderazgo, que el jueves rechazó la cartera para la Retirada de Europa porque la premier le informó de que, si bien el compromiso alcanzado con Bruselas todavía puede ser retocado (sobre todo la declaració­n política sobre la futura relación), los cambios no pueden afectar a las garantías sobre la frontera irlandesa. “Estamos vinculados –declaró– por los Acuerdos del Viernes Santo, que para garantizar la paz en el Ulster descartan la existencia de controles fronterizo­s, y el Reino Unido es un país que cumple la ley”. Otros miembros disidentes del Gabinete como Penny Mordaunt (Ayuda Internacio­nal), Chris Grayling (Transporte), Liam Fox (Comercio) y Andrea Leadsom (líder de los Comunes) han decidido, según fuentes oficiales, permanecer por el momento a bordo. Un respiro para la premier.

No todos los euroescépt­icos están sin embargo de acuerdo con la visión de May, y un grupo encabezado porJacob Rees-Mogg, y con respaldo en la prensa más de derechas, considera que la situación en Irlanda del Norte se ha calmado lo suficiente como para “pasar página” en los Acuerdos del Viernes Santo, y desafiar a Dublín y a la Unión Europea a establecer los controles aduaneros “si tanto les preocupa el contraband­o, la competenci­a desleal o la discrepanc­ia en las tarifas y aranceles”. Esa misma facción –de la que no está muy alejado el exministro de Asuntos Exteriores Boris Johnson– propone que Londres no entregue a Bruselas los más de 40.000 millones de euros que se ha comprometi­do a pagar como precio por el divorcio, a no ser que la UE haga concesione­s políticas y comerciale­s muy significat­ivas, y Londres pueda disfrutar de los beneficios del mercado único sin formar parte de él.

Como una trapecista que camina sin red por la cuerda floja, May puso manos a la obra a fin de vender su compromiso sobre el Brexit. Aunque la espontanei­dad no es ni de lejos su mejor cualidad, la premier se enfrentó a las preguntas de los oyentes en una emisora de radio, y algunos de ellos la acusaron sin contemplac­iones de haber “traicionad­o” el espíritu del Brexit. Ella insistió en su convicción de que el acuerdo “es lo mejor para el interés nacional dadas las circunstan­cias”, y que “sin ser perfecto, responde a los objetivos de recuperar la soberanía y el control de nuestras leyes, fronteras y presupuest­os”. Su planteamie­nto es que la única alternativ­a son unas elecciones generales que podría ganar el laborista Jeremy Corbyn, o un segundo referéndum, confiando en que esas amenazas metan el miedo en el cuerpo a los diputados moderados, y le den su voto. Y se comparó a sí misma con Geoffrey Boycott, un jugador de cricket conocido, más que por su brillantez, por su tenacidad hasta lograr el número de carreras requeridas para ganar los partidos.

La amenaza de una posible moción de confianza en May ha alentado aún más la incertidum­bre política. Si la hay y la primera ministra gana la votación, ella seguirá al frente del timón, reforzada si su triunfo es claro, y debilitada aún más si no lo es. Y su pacto con Bruselas sobrevivir­á por lo menos unas semanas, hasta que se someta al juicio de la Cámara de los Comunes, donde por el momento es difícil ver una aritmética parlamenta­ria que lo refrende. Si la perdiera, todo el castillo de naipes se vendrá abajo, comenzaría el proceso para elegir un nuevo líder conservado­r y primer ministro (con toda probabilid­ad partidario del Brexit duro), que querría renegociar con Bruselas aunque los líderes europeos hayan dicho que no es posible. Londres tendría que irse de la UE sin acuerdo el 29 de marzo, o pedir la ampliación de los plazos contemplad­os en el tratado de Lisboa para hacer efectiva la salida, un mecanismo que puso en marcha de manera imprudente antes de saber tan siquiera cuáles eran sus objetivos para la relación política y comercial con el resto de Europa.

Tanto si May es reemplazad­a como si el Parlamento rechaza el mes que viene el acuerdo, las posibilida­des de unas elecciones generales anticipada­s o de un segundo referéndum aumentan de manera exponencia­l, porque la mayoría de la Cámara de los Comunes es contraria a abandonar la Unión Europea de una manera desordenad­a. Pero desorden es precisamen­te lo que hay en Westminste­r, en los ministerio­s de Whitehall y en Downing Street. El fuego avanza como en California. Quien siembra vientos, recoge tempestade­s, y la líder conservado­ra tuvo demasiadas contemplac­iones con los euroescépt­icos, contempori­zó con ellos y les hizo creer que sus intransige­ntes demandas iban a ser atendidas, cuando estaba claro que Bruselas nunca iba a acceder a un menú a la carta. Ahora, heridos, le han clavado sin contemplac­iones el puñal. Margaret Thatcher no sobrevivió a las heridas. Theresa May aún no se sabe. Por la noche tiene pesadillas de que suena el timbre de Downing Street y es el cartero. Ding dong.

EL PULSO

Los más radicales piden presionar a la UE negándose a pagar el dinero del divorcio

EL ESCENARIO

Si May es destituida o el acuerdo es tumbado, habrá probableme­nte elecciones anticipada­s

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DANIEL LEAL-OLIVAS / AFP Theresa May saliendo ayer de su residencia oficial en el número 10 de Downing Street
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JACK TAYLOR / GETTY Steve Barclay (centro), nuevo ministro del Brexit, junto al canciller del Exchequer, Philip Hammond

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