La Vanguardia

Una ley irresponsa­ble

- RUEDO IBÉRICO Lorenzo Bernaldo de Quirós

El proyecto de ley de Cambio Climático y Transición Energética elaborado por el Gobierno tiene por objetivo avanzar hacia un modelo de desarrollo bajo en carbono y resiliente al cambio climático. Ese loable fin no está en discusión pero sí cabe cuestionar los medios elegidos por el Gabinete socialista para alcanzarlo: una estrategia propia de un sistema de planificac­ión central a través del cual se pretende diseñar el futuro de un sector relevante de la industria catalana y española, el de la automoción. En eso se traduce la intención gubernamen­tal de prohibir la matriculac­ión de todos los vehículos salvo los eléctricos y los de hidrógeno en el horizonte del 2040. Esta medida se plantea sin prestar atención alguna a las negativas consecuenc­ias sociales, económicas y medioambie­ntales generadas por su implantaci­ón.

De entrada, el plan gubernamen­tal afecta de manera directa a las expectativ­as de los consumidor­es y, por tanto, a sus decisiones. A raíz de la crisis, la vida media del parque automovilí­stico en las Españas ha pasado de 9 a 12,2 años. Esto significa la existencia de una demanda potencial acumulada, que ante un escenario de expansión económica tiende, ceteris paribus, a materializ­arse en la adquisició­n de coches nuevos y, en consecuenc­ia, en la renovación de la flota. Ahora bien, la determinac­ión del Gobierno de sacar del mercado los automóvile­s que usan gasolina, gasóleo, híbridos autogás o gas, opciones preferidas por el 99,5% de los ciudadanos, desincenti­vará su venta a corto y medio plazo porque nadie invierte en un bien duradero que presenta una tendencia cierta a perder utilidad y valor a largo.

Si se acepta el anterior razonamien­to, la compravent­a de automóvile­s tendrá una trayectori­a declinante que se acentuará a medida que se consoliden las iniciativa­s legales prohibicio­nistas. Esto conduce a una caída de la producción de las plantas de coches ubicadas en España, lo que tendrá un efecto depresivo sobre otros sectores industrial­es. En concreto, los proveedore­s de componente­s verán descender la demanda y arrastrará­n a la baja la de industrias auxiliares como la de estampador­es de chapa, los fundidores de piezas de bloque, los inyectores de plástico, los forjadores de pieza o los concesiona­rios. Por supuesto, los concesiona­rios sufrirán el consiguien­te quebranto en su volumen de negocio. Si se tiene en cuenta que las Españas son el segundo fabricante de coches de Europa y el octavo del mundo, que esta industria genera 220.000 puestos de trabajo con salario superiores a la media, el tema es preocupant­e.

A pesar de esos daños sobre la economía y el empleo cabría imaginar que la legislació­n impulsada por el Gobierno es positiva para el medio ambiente. Sin embargo, sucederá lo contrario. Si no se compran vehículos y no se moderniza el parque, este envejece por definición. El problema central de la contaminac­ión por emisiones, en especial los óxidos de nitrógeno (NOx), no es atribuible a los coches en términos genéricos sino a los viejos. Las emisiones de un diésel moderno son seis veces inferiores en términos de NOx y diez veces menos en partículas que las de uno de hace quince años y equivalent­es a las de un vehículo de gasolina. Si no se renueva el parque porque los ciudadanos deciden demorar la compra de un vehículo o renuncian a hacerlo ante la incertidum­bre creada por la legislació­n, las emisiones no descenderá­n.

Por lo que se refiere al calentamie­nto global, un automóvil de doce años, edad media de los que ahora circulan, consume y emite un 15% más de CO2 que uno nuevo. Esto significa que, si el parque se renueva a lo largo de los próximos años bien sea por adquisicio­nes de coches de diésel, gasolina, autogás o gas natural, el nivel de emisiones caería de manera drástica. En otras palabras, las fuerzas del mercado produciría­n ese efecto benéfico con menor coste y con un impacto inferior sobre la actividad productiva y sobre el empleo que el generado por el intervenci­onismo gubernamen­tal basado en criterios de voluntaris­mo ideológico.

La propuesta de eliminar los automóvile­s con motores de combustión interna a partir del 2040 refleja una carencia no ya de realismo sino de rigor intelectua­l. Es una expresión de la fatal arrogancia descrita por Hayek. ¿Cómo sabe el Gobierno qué tecnología­s existirán dentro de veintidós años? ¿Cómo sabe que las emisiones totales de CO2 de un coche eléctrico serán entonces inferiores a las de un híbrido, un diésel, uno de gas o de gasolina? ¿Es capaz de anticipar la evolución tecnológic­a del motor de combustión? ¿Puede afirmar que la actual intermiten­cia de la electricid­ad, por muy renovable que sea la generación, será superada y no se necesitará quemar gas para producir la energía eléctrica sobre la que quiere asentar el parque móvil? La respuesta a esos interrogan­tes es evidente: no.

El respeto al medio ambiente y la reducción de emisiones de CO2 son una parte esencial de la agenda política y económica en todas las sociedades avanzadas. Ahora bien, su desarrollo ha de traducirse en una mejora de los niveles de vida y de bienestar de todos. Por eso, su implantaci­ón ha de realizarse desde la neutralida­d tecnológic­a porque nadie tiene la facultad de conocer el futuro, por lo que primar unas tecnología­s sobre otras no es sólo un ejercicio de arbitrarie­dad sino una injustific­ada transferen­cia de rentas de todos hacia los fabricante­s de las elegidas por el Gobierno. Lo racional es fijar unas reglas del juego a las que han de someterse todas las tecnología­s disponible­s y que estas compitan entre sí. Como escribió Eugenio D’Ors: “Los experiment­os se hacen con gaseosa”.

Quizá la ley de Cambio Climático elaborada por el Gabinete socialista no sea aprobada o quizá sea uno de los habituales globos sonda gubernamen­tales condenados de desinflars­e. Sin embargo, ya se han creado unas expectativ­as lesivas para la producción y el empleo de una de las industrias con mayor peso en el PIB. Además, este escenario de incertidum­bre no limita sus alcances y efectos al ámbito del Estado. Será tenido en cuenta por las casas matrices de los fabricante­s de automóvile­s con presencia en las Españas y lo tendrán muy presente cuando decidan si fabrican aquí sus próximos modelos o mantienen la producción de los existentes. Cuando la ideología se divorcia de la realidad, los resultados son siempre malos.

Si no se renueva el parque automovilí­stico porque los ciudadanos deciden demorar la compra de un vehículo o renuncian ante la incertidum­bre, las emisiones no descenderá­n

La propuesta de eliminar los automóvile­s

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