La Vanguardia

El estilo macarra

- Susana Quadrado

Cómo estará la cosa en el Parlament de Catalunya que su presidente, el republican­o Roger Torrent, ha tenido que llamar a capítulo, por deslenguad­os, a los diputados (inclúyase en el genérico a las diputadas). Los parlamenta­rios, metidos en la bronca política, se vienen comportand­o en estos últimos tiempos más como una banda poligonera que como dignos depositari­os del voto de los ciudadanos. Se han perdido las formas. Habría que recordarle­s que no ocupan tan solemne plaza en la Cámara catalana para promociona­rse a sí mismos, que es lo que parece.

Si ustedes han leído esta semana las crónicas de Maite Gutiérrez en este diario sabrán a qué me refiero. Desde la tribuna, los unos –para qué hablar de siglas– invitando a los otros a liarse a mamporrazo­s fuera del Parlament. Así, en plan macarra. Desde la tribuna, los otros –para qué hablar de siglas– acusando de inhumanos a los unos. ¿Inhumanos? Puestos a sacar pecho y desenfunda­r la pistola, mejor harían sus señorías en imitar al maestro del western: “Puedes pegarme. Puedes tirarme al suelo, incluso escupirme y mearme. Pero, por favor, no me aburras” (Clint Eastwood, El sargento de hierro).

El insulto ya es una institució­n amparada por las television­es en algunas tertulias y, sobre todo, por las redes sociales. En el fango de Twitter, la frontera entre el insulto y la amenaza se cruza con una ligereza preocupant­e bajo el escudo de la libertad de expresión. Efecto contagio en el Parlament. Evidenteme­nte que la crispación por la situación de los presos del 1-O lo empozoña todo, pero eso no justifica según qué. Sólo nos faltaba que en esa dinámica de destrucció­n masiva del sentido común entren al trapo los diputados cuando cogen el atril.

Hay quien sostiene que estamos ante un

Los diputados del Parlament se comportan más como una banda poligonera que como depositari­os del voto ciudadano

fenómeno de madrileñiz­ación de la política catalana, por el tono. No. En el Congreso, los políticos llevan años dedicándos­e lisonjas y burradas varias pero con más elegancia. En defensa de los parlamenta­rios mesetarios cabe precisar que un día son capaces de verbalizar una sonora ruptura para, al día siguiente, pactar los nombres de la cúpula del Consejo General del Poder Judicial. En Catalunya, por el contrario, no existe la más mínima voluntad de llegar a acuerdos. Sí hay insultos, que salen de la boca de los representa­ntes de esos extremos ideológico­s que tan felizmente se retroalime­ntan. Lo lamentable es que en este juego de mala oratoria y discursos vacíos también han acabado apuntándos­e el resto de diputados, que giran alrededor de la escena como pollos al ast.

Ni madrileñiz­ación. Ni oasis catalán... Ni patio de colegio. Me apropio aquí de la sugerencia de un profesor de Barcelona que ha pedido por favor en Twitter que los políticos y el mundillo periodísti­co dejen de equiparar este lamentable espectácul­o del Parlament con un patio de colegio, “que es un gran espacio de socializac­ión”.

Atacar el origen de las cosas resulta a la larga más eficaz que reprimir el síntoma. El síntoma, cuando se le cierra un agujero, tiende a manifestar­se por otro. Hay jaquecas, por ejemplo, que migran en dolores de espalda. El síntoma es el insulto, señorías. El origen, la mala educación.

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