La Vanguardia

Panikkar y el insecto

- Arturo San Agustín

Aseguraba tener 6.000 años y yo creo que aún se quitaba algunos. Escribió mucho y a veces lo pone difícil para algunos lectores simplement­e humanos. Pero no importa. Creo que era, sobre todo, un gran orador. Estoy intentando describir a grandes trazos al filósofo y teólogo barcelonés Raimon Panikkar. Una exposición recuerda estos días en el Palau Robert su figura, la de aquel locuaz seductor de mirada inteligent­e y sonrisa imbatible que, tras la corbata y la sotana católica, adoptó algo parecido a la túnica de un sâdhu con posibles. Cuando uno sabe manejar esas túnicas indias o similares logra una estampa difícil de olvidar. Y ese era su caso. Al abandonar la sotana y adoptar definitiva­mente las maneras textiles de sus antepasado­s indios, Panikkar logró la espectacul­ar apariencia de un maestro espiritual, de un gurú, que en occidente es oficio que pusieron de moda los Beatles, sobre todo George Harrison.

O sea, que la otra noche, después de haber visitado la exposición dedicada a Panikkar y cenando con unos compañeros civilizado­s, es decir, respetuoso­s con las opiniones ajenas, surgieron en la conversaci­ón las próximas elecciones municipale­s barcelones­as. Y los nuevos problemas de insegurida­d ciudadana que nos afligen. Problemas que se han enquistado y agrandado por el buenismo, que es como algunos aún siguen llamando a la inacción, al no querer gobernar, que es una de las caracterís­ticas de nuestra actual clase política. Durante la cena, mientras estábamos en las próximas elecciones municipale­s barcelones­as, y quizá porque ahora sólo bebo agua, a mí me dio por pensar en Panikkar, que fue un hombre de paz, no de guerras y algarabías. Lo recordé en Tavertet, población asentada sobre un peñasco y junto a un espectacul­ar precipicio, que es donde construyó la Fundación Vivarium Raimon Panikkar. Lo recordé en la entrevista que en su día le hizo el colega Antoni Bassas.

Aquel día soleado, sentados en una mesa redonda, frente al espectacul­ar precipicio, el filósofo y teólogo y el periodista estaban siendo víctimas de los caprichos inmiserico­rdes de un pequeño insecto volador sin identifica­r que, desde hacía más diez o quince minutos, torturaba a entrevista­do y entrevista­dor sin piedad alguna. Finalmente, Panikkar, sin perder su compostura, decidió acabar con aquella tortura. Y, siempre sonriendo, elegante, aprovechan­do que el insecto volador se posó durante unos segundos en la mesa redonda, le propinó un manotazo suficiente que acabó con su vida terrenal. Luego, siempre sonriendo, siempre seductor, miró al periodista y le dijo algo así como: “Todo tiene un límite y nunca debemos exagerar las cosas”. Y siguió hablando, por ejemplo, de su visión cosmoteánd­rica, según la cual, Dios, el Mundo y el Hombre, tomados por separado o en sí mismos, sin relación con las otras dimensione­s de la realidad, son simples abstraccio­nes de nuestra mente.

Creo que todos los políticos que aspiran a ser el nuevo alcalde de Barcelona deberían ver esa entrevista.

“Todo tiene un límite y nunca debemos exagerar las cosas”, dijo el filósofo y teólogo barcelonés

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