La Vanguardia

“Vi a aquella chica rubia...”

Miquel Torres y María Ballester, olímpicos en Tokio’64, se asoman a sus bodas de oro

- Erich Fromm Sergio Heredia

La paradoja del amor es ser uno mismo, sin dejar de ser dos –Venga, mírense –ordena Llibert Teixidó. El deseo del fotógrafo es una orden.

Y por eso Miquel Torres y María Ballester, tímidos, un pelín avergonzad­os, cruzan las miradas.

Ahí va Llibert Teixidó: ya tiene la foto. No es fácil, el ejercicio.

Pruebe a mirarse con su pareja así, fijamente. Con su pareja, o con quien sea. Aguante el envite durante veinte segundos. Si hace falta, durante medio minuto. Incluso más. ¿Qué verá?

Tal vez, la vida.

(...)

Nos vamos a 1960, en blanco y negro. Esta es la piscina del CN Sabadell. La piscina descubiert­a. María Ballester tiene doce años y está nadando ahí afuera, en el espacio reservado a los socios del club.

Miquel Torres tiene dos años más. Catorce, un crío. Aun así, ya va a acudir a unos Juegos Olímpicos. Pronto va a nadar en Roma’60: es un talentazo. Suyo es el presente y, quién sabe, puede que el futuro. Es un nadador federado, de elite, así que está nadando dentro, en la piscina cubierta.

Miquel Torres se asoma al exterior, descubre a María Ballester, que luce bien, nada muy bien, es hermosa. Miquel Torres se da la vuelta, se dirige a su entrenador, Kees Oudegeest. Le dice:

–Hay una rubia ahí fuera que nada muy bien. ¿Por qué no la incorporam­os al grupo? Oudegeest sale, se dirige a la muchacha. –¿Quieres...?

Ella asiente. Pero toca hablar con los papás. –Menudo cuento... –me dice María Ballester, tantos años más tarde.

Todo un cuento, es cierto, porque los padres dicen que no, ni hablar. La niña no nada.

–Pero yo empecé a mirar a aquellos nadadores, a aquel grupo. Y el entrenador venía y me insistía: ‘¿Qué, rubia?’. Hasta que lo intenté. Empecé a entrenarme en el verano, a escondidas, sin que mis padres lo supieran. Y a escondidas, incluso, me fui a unos Campeonato­s de Catalunya en Manresa. Gané, y entonces salió mi nombre en la Hoja del lunes. Y un lío...

–¿Qué pasó?

–Logré convencer a mi padre.

Con mi madre fue más difícil. Ella me decía: ‘¡Vaya unas espaldas se te están poniendo!’.

Sentado en su butaca, Miquel Torres sonríe.

Ahora estamos en el 2018, en Tiana. Hace tiempo que ambos viven allí. Tienen dos hijas y cinco nietos. Y pronto, en unos meses, celebrarán sus bodas de oro.

Le pregunto a Torres:

–Y usted, ¿qué había visto en aquella chica?

–Hombreeee. Era espigada, rubia, con los ojos verdes, nadando muy bien. Una chica atípica. Y enseguida se adaptó al grupo.

Kees Oudegeest tomaba las decisiones. Era holandés, un técnico concienzud­o.

–No era alguien que nos hiciera nadar 200 metros al día... –dice Torres–. Era un tipo que exigía horas en el agua y en el gimnasio, mañana y tarde. Un técnico innovador que nos hizo mejorar a muchos: no sólo estábamos nosotros. Luego llegaron Santiago Esteva y Mari Paz Corominas.

Todos ellos han sido olímpicos, nadadores de referencia en nuestro país.

María Ballester avanzó rápido. Cuatro años más tarde aparecía en los Juegos de Tokio, en 1964. Allí se había ido junto a Miquel Torres. Ya eran pareja. Podemos observarle­s en la foto que ambos sostienen en sus manos.

–Nos fuimos un mes antes de que todo empezara –recuerda Torres.

–¿Y eso...?

–Oudegeest opinaba que debíamos aclimatarn­os. ¡Los japoneses tuvieron que abrir la Villa Olímpica para nosotros y para el equipo mexicano de equitación!

–Toda la villa para nosotros... –dice María Ballester–. Podíamos cambiar de bicicleta cada cien metros. Luego llegaron todos. Asomarse al comedor internacio­nal era impactante. Estaban los indios, los pakistaníe­s... Incluso había luchadores de sumo. Aquellos gigantes nos ofrecían exhibicion­es. Eran como dioses.

En Tokio vivieron un terremoto y un maremoto. Recuerdan que se movía el suelo, la cama, los armarios... Que llovía con ganas y soplaban vientos huracanado­s. Y se retrataron junto a Don Schollande­r y Dawn Fraser, las estrellas de la natación en aquel entonces.

Son generosos.

Me enseñan aquellas imágenes. Se disculpan: muchas fotos han desapareci­do, quién sabe dónde estarán, con tanto trajín.

Miquel Torres fue olímpico por tercera vez. Fue a México’68. Era un fondista de peso, subcampeón europeo de 1.500 m en 1962. Un pionero, en aquellos tiempos de vacas flacas deportivas: asocian su nombre al de Santana, Bahamontes, Urtain y Blume. Luego fue un directivo importante. Director de la natación española y catalana. Selecciona­dor. Responsabl­e de la natación en Barcelona’92. Director de varias institucio­nes, como el Museu Colet.

María Ballester trabajó en la secretaría de estudios del INEFC y luego entró en el mundo del yoga. Es presidenta de la Internatio­nal

Yoga Teacher Associatio­n (IYTA). Ambos se miran y se dicen: –Tenemos que sentarnos un día de estos y seguir preparando nuestras memorias... En eso andan.

Algún día las leeremos.

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LLIBERT TEIXIDÓ Miquel Torres y María Ballester, en su casa de Tiana
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