EN EL GRAN CHALET DE BALTHUS
La última residencia del pintor Balthus, en la comuna suiza de Rossinière, abre sus puertas de la mano de su viuda, Setsuko.
La viuda de Balthus, Setsuko, abre la casa y el taller del pintor en Suiza , donde la Fundación Beyeler celebra una muestra que el Thyssen traerá a España
Setsuko Klossowska, viuda de Balthus, nos recibe en kimono en el que fue el taller del pintor hasta su muerte en el año 2001. Estamos en la hermosa comuna de Rossinière, dentro del bucólico parque natural de Gruyère, con montañas al fondo y vacas y cabras salteando los prados perfectamente segados entre las villas de Montreux y Gstaad. El estudio se halla en una pequeña construcción frente a la vivienda familiar, el imponente Grand Chalet: la casa de madera más grande de Suiza. El tiempo es fresco pero el ambiente resulta acogedor dentro e incluso en el exterior, donde los árboles celebran el otoño a todo color. Una pintura inacabada ocupa el centro del habitáculo ante mesas y muebles llenos de frascos, pinceles, trapos, paletas y otros utensilios para pintar. Da la impresión de que el dueño puede volver en cualquier momento para seguir con lo que estaba haciendo. “Está todo como lo dejó. Yo apenas limpio. Éste es el único lugar donde aún puedo respirar su aliento, donde sigo sintiendo su presencia y su ser”, dice la también pintora japonesa, hija y nieta de samurais, y supuesta condesa por parte de su fallecido esposo.
También la hoguera en la que algunos de sus contemporáneos quisieron quemar a Balthus por el erotismo de sus cuadros de niñas púberes sigue llameando con vigor hoy, 84 años después de la impactante exhibición al público de su más provocativa obra, La lección de guitarra. El pintor francés (1908-2001) probablemente se habría deleitado con la sonada campaña de hace un año en Nueva York, cuando 12.000 personas pidieron al Metropolitan –sin éxito– que retirase su óleo Thérèse soñando. Este retrato de una chica de 12 años recostada en una silla , dejando ver su ropa interior en relajada actitud, figura ahora entre las 40 piezas de una atractiva exposición de Balthus en la Fundación Beyeler de Basilea que el Museo Thyssen traerá a Madrid de febrero a mayo del 2019. Será una ocasión excelente para conocer lo mejor de un artista deliberadamente escandaloso e indudablemente genial.
Afirma Setsuko Klossowska que a Balthus las críticas por sus atrevimientos pictóricos “no le importaban nada, salvo si tenían una razón artística”. ¿Y qué opina ella de los nuevos ataques e intentos de censura? “Creo que es un problema de los cristianos. Los animistas no vemos las cosas así: para nosotros, el sexo y la sensualidad son una maravilla”.
Que Balthus utilizó el erotismo de sus jovencísimas modelos para provocar, causar alborotar y, en suma, para llamar la atención sobre su pintura queda patente en las cartas que en 1943 dirigió a su amada, la aristócrata bernesa Antoinette de Wattevile, antes de aquella primera exposición en la galería Pierre de París con la obra La lección de guitarra, hoy en manos privadas. “Es espantosa la indiferencia de la gente ante manifestaciones del espíritu. ¡Son todos unos maniquíes!”, escribió. “Si uno quiere hacerse oír, hay que gritar. ¡Se necesitan cosas violentas! Por eso quiero hacer telas eróticas. Porque el erotismo –arguyóes lo único que hace sobresaltar a esos títeres. Sé que la reacción en general será de escándalo o censura. Tanto peor… O mejor, pues nada puede causarme más placer”.
Bathus se casó con Antoinette en 1937. Le costó conquistarla. Ella le había rechazado para contraer matrimonio con un diplomático belga. Cuando el artista se enteró, intentó suicidarse. Pero 9 años después, con la Segunda Guerra Mundial de por medio y tras consecutivos traslados a Saboya, Berna, Friburgo y Ginebra, Balthus decidió regresar a
UN PROVOCADOR NATO
Las cartas a su amada antes de su primera exposición prueban que Balthus buscaba el escándalo
EN BUSCA DE LA SINGULARIDAD
El pintor presumía de supuestas raíces nobles y negaba verse influido por los contemporáneos
París solo. Adujo que la familia, en su caso engrosada ya con dos niños, no era lo suyo. Inició entonces su etapa más prolífica. En pocos años, y en contraste con su habitual lentitud, ejecutó 40 de los apenas 350 cuadros que llegó a pintar.
A Setsuko Ideka (su nombre de soltera) la conoció en 1962 en una visita a Japón. Ella tenía 20 años; él, 54. La joven hablaba francés, pintaba y escribía. Balthus acababa de asentarse en Roma, como director de la Academia de Francia y restaurador de su sede, Villa Medici. Y allá se llevó a Setsuko, a la que convirtió en su número dos en la entidad, en su modelo y, a los cinco años, en su esposa. En el 73 tuvieron una hija, Harumi, y en el 77 se trasladaron a Suiza. Gracias a un contrato de Balthus con el tratante Pierre Matisse, el matrimonio adquirió el inmenso y precioso Grand Chalet, un antiguo hotel fundado en 1754.
Allí, la viuda de Balthus atiende con oriental paciencia a los periodistas que la asan a preguntas después de haber husmeado en las estancias de la casa. “Pintar era para él como rezar. No se le podía interrumpir. A veces cantaba Don Giovanni. Siempre trabajaba con la luz del día”, explica. ¿Le interesaban los pintores españoles? “Sí. Zurbarán y sobre todo Goya”. Y, además del arte italiano –su gran referente– , le atraía el asiático, continúa Setsuko entre pastas y té que sirven dos asistentes. Y otro tema: ¿Tuvo que sacrificar ella su carrera artística por Balthus? “No. Él era un genio. Me animaba a pintar, aunque me decía que no debía utilizar el óleo por no ser una técnica oriental”.
La visita al Grand Chalet, el taller y la vieja la capilla donde se proyecta un documental de Wim Wenders sobre el artista y se exhiben pinceles y paletas suyos culmina un viaje
balthusiano iniciado el día anterior en la exposición de la Fundación Beyeler en Riehen, Basilea. El edificio es de Renzo Piano, otro un lujo.
Antes de ver la muestra, el comisario de la exposición que prepara el Thyssen con casi las mismas obras que la Beyeler, Juan Ángel López-Manzanares, comenta la operación de marketing con que Balthus arrancó su carrera en aquella presentación de 1934 en París. “Sí, se trataba de épater le bourgeois”, dice. Pero en eso los surrealistas lo apoyaban, precisa el también conservador del Thyssen.
Protegido y patrocinado por Rilke y Pierre Bonard, Balthus trabó amistad con Picasso, Miró, Derain, Giacometti, Camus o Man Ray, en una de cuyas fotos se inspiró para pintar su Thérèse soñando . Y sin embargo, una de sus obsesiones era marcar distancias respecto a todo movimiento o corriente de su época. Buscaba la singularidad y la diferenciación. “Siempre negaba que debiera nada a sus contemporáneos”, señala l director del Thyssen, Guillermo Solana. Pero Balthus tenía algo de mentiroso y fingido, así como de arrogante disfrazado de modesto. En la depurada construcción de su propia figura, siempre jugaba al equívoco y el misterio. De nombre Balthasar Klossowski, se atribuyó unas inciertas raíces de nobleza polaca por parte de padre y se nombró conde. Incluso se arrogó remotos parentesco con Lord Byron y con los Romanov.
“No hay que creerle”, señala Solana en la visita a la exposición en la Fundación Beyeler. El responsable artístico del Thyssen se refiere tanto a la autobiografía un tanto creativa del pintor francés como a esa insistente negación suya de las influencias que pintores de su tiempo como George Grosz y Otto Dix ejercieron probablemente sobre su obra. Pero el relato de la singularidad “le funcionó bien”. No sin cierto fundamento. Por algo Picasso le dijo: “Eres el único pintor de tu generación que me interesa. Los otros quieren ser como Picasso. Tú no”. El mejor piropo que podía dedicarle. Balthus, incomparable Balthus.