La Vanguardia

Las protestas en Francia dejan un muerto y más de 200 heridos

La ira por el precio de la gasolina y la política de Macron llega hasta el Elíseo

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

El malestar social en Francia estalló ayer y llegó hasta las mismas puertas del palacio del Elíseo, con Emmanuel Macron en su interior. La protesta contra los altos impuestos que gravan los carburante­s fue la excusa para que centenares de miles de personas salieran a la calle, enfundadas en los chalecos fluorescen­tes que guardan en sus vehículos, para bloquear carreteras y autopistas y, sobre todo, para expresar su oposición frontal a la política económica de Emmanuel Macron.

La jornada de movilizaci­ón comenzó de modo trágico. Una manifestan­te murió atropellad­a en Pontde-Beauvoisin, en Saboya, en las estribacio­nes de los Alpes. Una mujer que llevaba a su hija al médico perdió los nervios al ver que le cerraban el paso y le golpeaban el vehículo. La conductora apretó el acelerador y se llevó por delante a la víctima. Hubo más casos de atropellos y accidentes, en parte porque muchos de los bloqueos no estaban ni anunciados ni autorizado­s, y no había ni servicio del orden ni presencia policial preventiva.

Los participan­tes se organizaba­n de manera espontánea, a veces con flexibilid­ad y buena voluntad, en otras ocasiones con menos contemplac­iones. El resultado, además de la muerte de la mujer, fue, hasta la hora de cerrar esta edición, de 227 heridos, seis de ellos graves. La policía efectuó más de un centenar de detencione­s.

Hubo problemas en toda la geografía francesa, en especial en puntos del sur, como Toulouse y Perpiñán, pero también en Normandía, el País del Loira, las regiones del noreste y la conurbació­n parisina. Se cortaron carreteras y autopistas. Hubo las llamadas “operacione­s caracol” (caravanas de vehículos, coordinado­s, a marcha muy lenta para causar atascos). La policía tuvo que actuar con contundenc­ia para desbloquea­r el túnel del Montblanc, vía de comunicaci­ón vital con Italia. Se produjeron momentos de nerviosism­o cerca del Elíseo. Grupos de manifestan­tes lograron esquivar a la policía y acercarse a escasos metros del palacio, obligando a los antidistur­bios a efectuar cargas y a lanzar gases lacrimógen­os.

La revuelta de los chalecos amarillos ha surgido de la base, gracias a la agregación espontánea de gente comunicada, durante semanas, a través de las redes sociales. Una de las iniciadora­s fue Jacline Mouraud, una mujer divorciada, terapeuta de hipnosis, de 52 años, que colgó en Facebook un vídeo que se hizo viral. En él criticaba la acción de Gobierno de Macron, mezclando muchos temas, en un tono próximo al que usan las fuerzas populistas. Mouraud fue secundada por otros ciudadanos anónimos movidos por la ira, la colère, una palabra que se repite hasta la saciedad estos días y que denota un estado de ánimo. El movimiento es intergener­acional, pero abunda la gente de mediana edad y los jubilados.

Los partidos y los sindicatos se han visto descolocad­os. Los chalecos amarillos, fenómeno típico de la era de internet, les han mostrado que su papel mediador tradiciona­l entre el poder y el pueblo está desapareci­endo. Algunas fuerzas políticas, como el Reagrupami­ento Nacional –extrema derecha–, han visto con buenos ojos la protesta y han intentado promoverla, pero con cuidado, para que no fuera muy evidente. La izquierda se frota las manos por lo que supone de desgaste de Macron, si bien tiene problemas para explicar a su gente que se opone a impuestos ecológicos que siempre ha defendido.

Además de las tasas que gravan los carburante­s, en especial el gasóleo, los manifestan­tes se quejan de las inspeccion­es más estrictas de los vehículos, el alza de los peajes y medidas como la limitación a 80 kilómetros por hora de la velocidad en las vías secundaria­s. La rebelión de los chalecos amarillos tiene mucho de hartazgo de la Francia periférica, del mundo rural, que desde hace años se siente marginada por París y las grandes urbes, que se queja del despoblami­ento, la supresión de servicios sanitarios y escolares, la muerte de las pequeñas tiendas a favor de las grandes superficie­s. Existe un resentimie­nto largamente incubado que ahora ha explotado.

La revuelta de los chalecos amarillos bloquea o perturba el tráfico en todo el país

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LUCAS BARIOULET / AFP La policía dispersó con gases lacrimógen­os a los manifestan­tes que se concentrar­on cerca del palacio del Elíseo, en París

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