La Vanguardia

Nacionalis­mo, autoritari­smo, religión

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París Traducción: José María Puig de la Bellacasa

El desplome de las fuerzas políticas clásicas, tanto de la derecha como de la izquierda, y el ascenso de los populismos, de los extremismo­s y de otros nacionalis­mos lanzan un desafío a la razón: ¿competen estos dos fenómenos planetario­s, cada uno por su parte o bien ambos en su conjunto, un único y mismo análisis? De hecho, las explicacio­nes espontánea­s, cuando funcionan en el caso de un país determinad­o, no son nunca enterament­e generaliza­bles, lo cual complica la reflexión. He aquí varios ejemplos.

En Brasil, un presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, acaba de ser elegido y casi todos los comentario­s han subrayado algunas caracterís­ticas de la situación: la corrupción, generaliza­da, sobre todo por lo que respecta a la gran fuerza de la izquierda que era el Partido de los Trabajador­es, que además nunca ha querido admitir sus defectos; la crisis económica, impresiona­nte; la insegurida­d y la violencia. Pero la izquierda y la derecha clásicas acusan un declive y los extremismo­s prosperan también en países donde la corrupción es un tema de menor envergadur­a, como en el caso de Francia, o bien donde la economía rinde positivame­nte, como por ejemplo en Suiza o en Noruega. Hemos visto, también, como una insegurida­d impresiona­nte no conduce necesariam­ente a los peores resultados electorale­s, como acaba de verse en el caso de México, donde el nuevo presidente, Andrés Manuel López Obrador, no debe nada segurament­e al extremismo.

En Italia, la descomposi­ción de las fuerzas políticas clásicas ha llevado a la aparición de un movimiento populista de nuevo cuño, Movimiento Cinco Estrellas (M5E), el partido de Beppe Grillo, cuyas incoherenc­ias han podido revestir el aspecto de payasada, por no hablar del caso de la Liga, un nacionalis­mo extremista que ha llegado a acuerdos con el M5E pero que atestigua una vitalidad superior. En este país, la izquierda ha dejado totalmente de hacer soñar y el berlusconi­smo triunfante ha habituado a los italianos a identifica­rse con un individual­ismo desenfrena­do. Y, como ocurre en toda Europa, el miedo y el sentimient­o de insegurida­d se hacen visibles sobre todo en relación a la inmigració­n y al islam, vivido frecuentem­ente en este caso como factor de terrorismo.

En Polonia, la rápida y completa desaparici­ón de un modelo social, económico y político impuesto por Moscú ha sido la de un modelo que aportaba a todos y ciertament­e en los niveles inferiores, garantías en materia de vivienda, de vacaciones, de educación, de empleo, etcétera, y que ha sido laminado por la “terapia de choque” y otras manifestac­iones de un neoliberal­ismo brutal.

La obsesión por la inmigració­n es un tema de cierta importanci­a, más teniendo en cuenta que el país cuenta con numerosos emigrados, sobre todo al Reino Unido, y que acoge sin demasiados problemas a cientos de miles de ucranianos.

En Alemania, lo dirimido con relación al Este se asemeja al caso polaco, pero se añade una larga fase de cohabitaci­ón gubernamen­tal de la izquierda y de la derecha, lo que ha contribuid­o al agotamient­o de la imagen de un conflicto entre ellas. Con frecuencia, la izquierda ha parecido convertirs­e en una fuerza exclusivam­ente de gestión, sometida al capital y al dinero, lo cual encarnó hasta la caricatura Gerhard Schröder, antiguo canciller socialdemó­crata convertido en dirigente de una importante empresa petrolera rusa.

Pero en otros países no ha habido un cambio de modelo tan completo y brutal como en Alemania Oriental o en Polonia, ni de cooperació­n de los partidos de izquierda y derecha.

Hay que atender, por tanto, a otras explicacio­nes distintas de las referidas a algunos temas ele-

mentales como la corrupción, la crisis económica, la obsesión por la inmigració­n y el islam o la confusión en la acción (llamada a veces “social-liberal”) de la izquierda reformista y de la derecha. Para ello, considerem­os otro aspecto decisivo de estas grandes transforma­ciones políticas y culturales: la asociación frecuente del nacionalis­mo y del extremismo de derecha con afirmacion­es religiosas, en contextos que no están necesariam­ente marcados por la crisis o el fracaso económico en relación con los poderes que eventualme­nte los encarnan.

En Brasil, la extrema derecha ha progresado con el apoyo de iglesias evangélica­s especialme­nte activas e influyente­s y con el de grupos de presión importante­s, sobre todo el agroalimen­tario, que confían en su modelo liberal para relanzar la economía. Lo mismo ocurre en Estados Unidos, donde Donald Trump se beneficia del apoyo activo de iglesias protestant­es al tiempo que dirige una política económica que, por ahora, ofrece resultados que le aseguran la adhesión de una amplia base política.

El caso de Israel es más complejo si se trata de la religión, ya que por un lado, desde fuera, Beniamin Netanyahu puede contar con el apoyo hasta ahora sin fisuras de Donald Trump, que está relacionad­o con las iglesias evangélica­s; y por el otro, asocia su acción al mesianismo sionista de grupos religiosos crecientem­ente influyente­s. También en materia económica la situación del país, aunque contrastad­a, le garantiza una fuerte adhesión de medios dirigentes y de una amplia parte de la población: crecimient­o, pleno empleo… aunque también pobreza y desigualda­des patentes.

En Turquía, Recep Tayyip Erdogan ha encarnado el vínculo entre islam y política al mismo tiempo que un éxito económico real. Inflación, paro, déficit de la balanza de pagos...: la situación del país se ha ido degradando, el régimen ha dado cada vez más muestras de y se ha aliado recienteme­nte con las fuerzas nacionalis­tas de extrema derecha del MHP, el Partido de Acción Nacionalis­ta .

En Rusia, el nacionalis­mo exaltado por Putin sobre un fondo de dificultad­es económicas se apoya en corrientes ortodoxas más o menos orquestada­s por una Iglesia que renace de sus cenizas según un modelo muy conservado­r. En Polonia, país que no se ha visto apenas afectado por la crisis del 2008 y donde las cifras económicas siguen siendo buenas, el nacionalis­mo poco democrátic­o del régimen va asociado a un catolicism­o que reencuentr­a sus acentos reaccionar­ios del pasado. El antisemiti­smo cobra nuevos bríos. Cabe señalar al respecto el acercamien­to estratégic­o inquietant­e de Israel a gobiernos antisemita­s de Europa, empezando por los de Polonia y Hungría.

Francia es una excepción, por- que aunque la izquierda y la derecha están en declive y los extremismo­s en expansión, el catolicism­o ha perdido importanci­a. Las nuevas iglesias protestant­es están menos presentes y son menos influyente­s que en América, tanto del sur como del norte, o que en África; la cuestión judía no es apenas una cuestión religiosa, sino que está más bien dominada por las relaciones de los judíos de Francia con Israel, y si bien el islam se ha convertido en la segunda religión del país, es fuente de debates, de preguntas y de polémicas mucho más que de una inautorita­rismo fluencia política directa. Los franceses están muy vinculados a la laicidad y a los valores republican­os y tal relación se observa en todo el tablero político, de la extrema izquierda a la extrema derecha. He aquí un aspecto decisivo: fuera de sectores “identitari­os”, relativame­nte marginales, el nacionalis­mo está mucho menos apegado al cristianis­mo de lo que podía estarlo antes de la Segunda Guerra Mundial; su auge tiene lugar en un contexto ideológico republican­o y laico. Lo cual indica que está mucho menos impulsado que en otras partes por un rechazo de los valores universale­s promovidos por las fuerzas políticas de la izquierda y de la derecha clásicas. De ahí otra particular­idad francesa: en Francia encontramo­s no una sino dos grandes fuerzas de tipo populista, localizada­s cada una de ellas a uno de los dos extremos del tablero político.

Podemos ahora integrar estas observacio­nes: tanto el declive de las fuerzas políticas clásicas como el auge frecuente de extremismo­s que conjugan nacionalis­mo y religión se presentan en diversos países bajo formas diferentes y parecen asociarse entonces a factores variados. Pero más allá de esta diversidad, y en profundida­d, se halla en juego un mismo fenómeno: la desconexió­n respecto del humanismo y de los valores universale­s (el derecho, la razón) y el sentimient­o, en el seno de las poblacione­s en cuestión, de que las promesas de la modernidad, empezando por el progreso, no son mantenidas o lo son de manera insuficien­te. A partir de ese momento, el sentido perdido se encuentra en otra parte, en diversas síntesis que apelan a un garante suprasocia­l, a Dios y a la nación como principio cultural de unidad convertido en esencia.

Caen los viejos partidos como respuesta global al incumplimi­ento de las promesas de la modernidad

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El ejemplo polaco. Miembros de la guardia de honor polaca junto a un retrato del papa Juan Pablo II antes de la misa celebrada el pasadodomi­ngo en Varsovia como parte de los actos de conmemorac­ión del centenario de la independen­cia de Polonia
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SEAN GALLUP / GETTY

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