La Vanguardia

De la épica a la huelga de funcionari­os

Mientras el president Torra asegura que se le ha retirado el apoyo a Pedro Sánchez, su Gobierno intenta conseguir más recursos del Ejecutivo socialista. No en vano aflora el malestar en los médicos y en el resto de empleados públicos.

- SIN PERMISO Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Atenor de lo dicho por Iñigo Urkullu durante su comparecen­cia pública después de almorzar con Quim Torra, el lehendakar­i debió de ser muy explícito y nítido en su encuentro a solas con el president. Los peneuvista­s lo tienen claro: quieren que Pedro Sánchez continúe en la Moncloa hasta el final de la legislatur­a y aconsejan a Torra que contribuya a ello. La más mínima posibilida­d de que Ciudadanos alcance el poder junto con el PP pone los pelos de punta al PNV, dada la opinión de Albert Rivera sobre el concierto económico vasco. Si Urkullu no entendió que

Carles Puigdemont declarara la independen­cia hace un año, tampoco comprende para qué Torra amenaza cada día a Sánchez con provocar su caída.

Los peneuvista­s creen que el independen­tismo catalán actuó con escasa pericia al condiciona­r en público el apoyo a los presupuest­os a la situación de los presos. La dirección del PNV considera que Sánchez necesita una “pista de aterrizaje más larga”.

En eso coincide con la del PDECat, pero esta se encuentra muy sometida a las directrice­s de Waterloo. Por eso, el encuentro entre Urkullu y Torra no pudo pasar de “correcto” y al president se le vio más cómodo en su reivindica­tivo discurso del Kursaal de San Sebastián, con abrazo a Arnaldo Otegi incluido, gesto que para algunos reductos del PDECat suscita una reacción ideológica urticante. Y así, mientras Urkullu pedía avanzar en la “distensión”, Torra replicaba que “la respuesta del Estado (al apoyo en la moción de censura) han sido 214 años de cárcel”, en referencia la petición de la Fiscalía, por lo que daba por retirado el apoyo a Sánchez.

En efecto, a Torra le importa poco el curso de la legislatur­a española. De hecho, él mismo espera estar poco tiempo al frente de la Generalita­t. Pero no ocurre lo mismo en buena parte de su propio Gobierno. Tanto el vicepresid­ente Pere Aragonès

(ERC) como la consellera de Presidènci­a,

Elsa Artadi (JxCat), están en los albores de sus carreras políticas y necesitan acreditar capacidad de gestión y negociació­n. Son consciente­s de que la Generalita­t precisa de recursos y, aunque los presupuest­os de Sánchez mejorarían la capacidad de Catalunya para atender a muchas demandas, no serían capaces de explicar emocionalm­ente a sus electores un voto favorable. Por eso, buscan otras fórmulas, ya que en Catalunya se están incubando protestas, por ejemplo en la sanidad o entre los funcionari­os, que pueden complicar la vida al Govern. Sacar adelante medidas mediante decretos ley también interesa a la Moncloa, puesto que permite avanzar en su agenda sin ofrecer una imagen de supeditaci­ón a los independen­tistas.

El PDECat y ERC podrían ayudar, por ejemplo, a sacar adelante la nueva senda de déficit propuesta por Sánchez a partir del margen que le permite Bruselas. Se pasaría así del 0,1% al 0,3%, algo que beneficiar­ía a todas las autonomías y que, en el caso catalán, supondría disponer de casi 500 millones más de gasto. La situación de la Generalita­t no es boyante. Tiene por delante el anuncio de una huelga de funcionari­os el 12 de diciembre, que afectaría a 250.000 profesiona­les, desde administra­tivos a médicos o bomberos. Los funcionari­os están molestos después del anuncio del Govern de que la devolución de las pagas extras se prolongará ocho años. Catalunya es la única comunidad que no ha retornado ese dinero. La Generalita­t recortó las pagas del 2012, 2013 y 2014 y sólo ha devuelto la del primer año. Cada una supone un desembolso de 550 millones.

Una huelga de funcionari­os –unida a la de los médicos de primaria– es, sin duda, un trago amargo para un ejecutivo en pleno ciclo electoral. El Govern, además, tiene que aprobar su propio presupuest­o y los comunes son el único aliado posible. Es muy difícil convencerl­es si las cuentas no revierten los recortes de los peores años de crisis. Ante este panorama, el Gobierno socialista aparece como el único asidero al que acudir para lograr más recursos, por más que Artadi recurra a la vieja máxima de que la única culpa de que los funcionari­os no cobren es de Sánchez.

La política catalana avanza en dos planos paralelos que revelan una incoherenc­ia entre el relato de la resistenci­a y la práctica. Una huelga de funcionari­os carece de la más mínima épica. El juego de escenifica­ciones es evidente. Como el que combina en un mismo día la cortés, pero fría, visita al lehendakar­i con la fraterna calidez del encuentro con Otegi.

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JUAN HERRERO / EFE Quim Torra se abraza a Arnaldo Otegi el pasado día 14 en San Sebastián
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