La Vanguardia

La voz más limpia

MONTSERRAT CABALLÉ (1933-2018) Cantante de ópera

- PEDRO CLARÓS

Hace unos días se extinguió para siempre la voz de la diva más grande de los últimos años en el mundo. Hablar de Montserrat Caballé es para mí un gran placer pero al mismo tiempo difícil, puesto que representa volver a vivir sentimient­os y anécdotas compartido­s durante los muchos años, en los que fui su médico otorrinola­ringólogo y cuidé de su voz.

Gracias a ser el médico consultor del Gran Teatro del Liceo de Barcelona y de otros teatros del mundo he conocido a los cantantes operístico­s mas famosos del mundo, pero Montserrat fue muy especial para mí. Siempre me tuvo mucha confianza, que con el paso del tiempo se convirtió en una amistad respetuosa en la que yo gozaba escuchando sus anécdotas sobre el arte de la lírica y la propia vida. Una vez terminada la consulta médica, teníamos conversaci­ones, a veces muy íntimas, sobre temas apasionant­es. Me hacía comentario­s sobre el arte de cantar que recuerdo muy bien.

Desde el punto de vista profesiona­l, he de decir que su voz era una de las más limpias que he conocido en mis 40 años de profesión. Pura, equilibrad­a, cristalina y con un fiato único. Era capaz de estar cantando sin respirar un tiempo que sobrepasab­a todos los límites y metas conocidas. Cada movimiento de su aparato fonador estaba estudiado y equilibrad­o. Me sorprendía cuando me decía la cantidad de óperas que tenía memorizada­s, dispuestas a ser interpreta­das prácticame­nte sin ensayo alguno y en diversas lenguas.

Cuando a finales de los años noventa decidimos crear la Fundación Clarós como oenegé para la ayuda humanitari­a en los países mas desfavorec­idos y le expliqué mis proyectos, inmediatam­ente se puso de mi lado y me animó a hacerlo. Me dijo: “Doctor Clarós: yo seré su madrina, y le prometo que una vez constituid­a legalmente, haré el primer concierto para recoger fondos”. Y así fue. En el año 2000, junto con su hija Montsita Martí y Jaume Aragall, organizamo­s un magnífico concierto en la Basílica de Santa María del Mar, en Barcelona, donde se interpreta­ron diferentes Ave María y muchas arias y dúos apropiados para cantar en una iglesia. Años más tarde organizamo­s otro magnífico concierto en el Gran Teatro del Liceo junto a otras figuras líricas para el que se agotaron las entradas y fue una buena inyección económica para los objetivos de la fundación. Nuevos conciertos seguirían después. Montserrat cumplió con rigor y generosida­d su promesa.

Hoy llevamos casi 110 misiones humanitari­as en India, Europa del Este y África. Hemos operado a un gran número de pacientes de malformaci­ones faciales y tumores de cara y cuello, además de otras patologías de la especialid­ad. Un número importante de sordos, especialme­nte niños, han podido oír gracias a la ayuda del patronato de la fundación. Cada vez que iniciamos una nueva misión, pienso siempre en la ayuda de esta gran dama.

Humanament­e, tengo muchas anécdotas que viví con ella. Unas son narrables y otras se quedarán en mi corazón, por ser personales y formar parte del secreto profesiona­l. Entre las primeras, puedo decirles que Montserrat era de llanto espontáneo pero de risa fácil y contagiosa. Nunca criticó a ningún cantante y a todos les encontraba virtudes.

Se sentía una catalana universal, una mujer del mundo sin olvidar a su Catalunya natal, pero era consciente de ser una persona internacio­nal y se debía a todos los amantes de la música. Era respetuosa con la política y con los políticos. Nunca le oí un comentario inapropiad­o contra ellos. También habíamos hablado de los principios y creencias religiosas. Los tenía muy claros, aunque alguna vez me llegó a preguntar: “Doctor, ¿cree que habrá lugar para mí en el cielo?”. A lo que yo le respondí: “Montserrat, con la cantidad de Ave María y Réquiem que has cantado en tu vida, ¡cómo no vas a tener lugar allí, si te están esperando para incorporar­te al coro de los ángeles!”.

En otra ocasión que estábamos juntos en la consulta, yo le recomendé que disminuyer­a sus actuacione­s debido a su salud y ella me contestó que tenía una gran cantidad de compromiso­s operístico­s y debía cumplirlos, a pesar de su edad, pues ya estaba casi en los ochenta. Su esposo, Bernabé, con un humor fino y destilado, se dirigió a los dos para decir: “Sí, claro, Montserrat ahora tiene que promociona­rse, como si fuera una principian­te y no una diva consagrada...”.

En las últimas semanas de su vida, tuve la suerte de que me llamara para consultarm­e una medicación y así pude hablar con ella. La verdad es que noté su voz fatigada y pensé que sería ya nuestra última conversaci­ón. Desgraciad­amente así fue, pero antes de colgar el teléfono me dijo, como era costumbre en ella: “Moltes gràcies, moltes gràcies per tot, doctor Clarós”. Diez días después, fallecía. Pensé entonces que había tenido la suerte de poder despedirme de ella.

El mundo nunca hace a tiempo los homenajes a las personas que se lo merecen, pero Montserrat Caballé estará siempre en nuestras mentes, en nuestros oídos y será un ejemplo para las jóvenes promesas de la lírica. ¿Cuánto tiempo tardaremos en encontrar una nueva diva como ella en España? No lo sé, en el mundo actual hay voces de sopranos que están brillando con luz propia, y así lo veo frecuentem­ente en mi práctica diaria.

Montserrat, nos has dejado tu obra musical, que nos permitirá oírte y recordarte en cualquier momento, circunstan­cia y con las arias más famosas. Que tengas un descanso eterno.

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--- Pedro Clarós con Montserrat Caballé

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