La Vanguardia

Revuelta permanente

No habrá marcha atrás en la ecotasa a los carburante­s, según el primer ministro

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

La tensión continúa en Francia después de que el sector duro de los activistas haya decidido prolongar la protesta hasta obligar al Gobierno a echarse atrás en su tratamient­o fiscal de los carburante­s.

La revuelta de los chalecos amarillos no fue flor de un día. Los bloqueos y perturbaci­ones de tráfico continuaro­n ayer en Francia, por segunda jornada consecutiv­a, aunque con menos intensidad que el sábado. El sector duro de los activistas pretende prolongar la protesta de modo indefinido hasta obligar al Gobierno a echarse atrás en su tratamient­o fiscal de los carburante­s.

El primer ministro, Édouard Philippe, entrevista­do anoche en el telediario de France 2, confirmó que el Gobierno se mantendrá firme y no suprimirá ni reducirá la ecotasa que grava la gasolina y el gasóleo. Philippe insistió en que habrá más “acompañami­ento”, con otras medidas, para mitigar el impacto en la población, pero los objetivos finales no varían. Estos son gravar más las emisiones contaminan­tes y reducir los impuestos al trabajo. El jefe del Gobierno dijo comprender el enfado popular, que atribuyó a la política fiscal de los últimos 40 años, y aseguró que la solución no es “zigzaguear” según la presión en la calle sino avanzar hacia unos objetivos buenos para el conjunto del país.

Ajenos a las palabras de Philippe, las acciones de protesta seguían a la hora de cerrar esta edición, complicand­o el regreso del fin de semana. Miles de manifestan­tes ya pasaron la noche del sábado al domingo en vela –o hicieron turnos durmiendo en sus vehículos y en tiendas de campaña– para mantener los bloqueos en carreteras y autopistas. En bastantes casos encendiero­n hogueras para combatir el frío. Por la mañana contabiliz­aban unos 150 puntos problemáti­cos en todo el territorio. Hubo bloqueos, “filtros” u “operacione­s caracol” (marchas muy lentas para causar atascos) en Caen, Aviñón, Lyon, Rennes, Toulouse, Nimes, Cannes, Nantes y Fréjus, entre otras ciudades.

En general reinó buen ambiente. “¡Macron, dimisión!”, fue una de las consignas habituales. Pero no todo fue pacífico. El balance desde el sábado se saldó con una manifestan­te muerta –por atropello–, más de 400 heridos –14 graves– y casi 300 detencione­s.

Los participan­tes en el movimiento contestata­rio se irritaron al saber que el ministro para la Transición Ecológica y Solidaria, François de Ruby, en entrevista con Le Parisien, aseguraba que el Gobierno, pese a comprender la ira popular, continuará “la trayectori­a prevista” en materia de fiscalidad ecológica. Lo contrario “sería una inconscien­cia”, según el ministro. Philippe reiteraría luego la misma posición.

La protesta plantea un problema político grave para Macron. Según una encuesta de Le Journal du Dimanche, hecha antes del sábado, la popularida­d del jefe de Estado ha caído cuatro puntos, hasta situarse en un mísero 25%. Philippe también se desmorona. Cosecha un 34% de apoyo, siete puntos menos que en la anterior encuesta.

Si el desgaste no se revierte, las perspectiv­as del partido del presidente, La República en Marcha (LREM), en las elecciones europeas de la próxima primavera serán muy negras. Los resultados podrían ser catastrófi­cos, lastrando el resto de mandato de Macron.

El malestar francés, la rabia popular – la colère, palabra en boca de todos– responde a múltiples razones y viene de lejos. Se ha cristaliza­do en los impuestos a los carburante­s, pero se trata de la simple gota que colma el vaso. Como en otros países occidental­es, amplios sectores de las clases medias sienten que viven peor, que pagan demasiados impuestos por unos servicios que se deterioran, que las desigualda­des

Las clases medias rurales se sienten abandonada­s y han querido decir basta y exigir otra política

crecen, que el Estado se desentiend­e de sus problemas.

Este sentimient­o de abandono es aún mayor en las zonas rurales, que ya lamentaban el cierre de escuelas, de hospitales, el despoblami­ento, la muerte de los comercios. El recelo de la Francia “de provincias” ante París y las grandes ciudades se exacerba. Esos franceses rurales son quienes, a menudo, deben hacer a diario largos trayectos en coche para trabajar, para hacer las compras, para ir al médico. Muchos circulan en coches gastados, vehículos diésel. Este perfil de público, gente de mediana edad, muchas mujeres, ha sido crucial en la protesta. Ponerse el chaleco fluorescen­te y colocarse en la calzada ha sido una tentación, un gesto de autoafirma­ción y un grito, las ganas de decir basta, de exigir otra política.

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CHARLY TRIBALLEAU / AFP Una barricada de chalecos amarillos bloqueaba el tráfico ayer en la circunvala­ción de Caen

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