La Vanguardia

Welcome Barnamad

- Joana Bonet

Podría ser el nombre un nuevo local de copas o de un festival de verano, incluso de un mercado donde el fuet y los callos, la mistela y el chinchón conviviera­n con alegría, pero se trata sólo de una tentativa imaginaria: el nombre de una utopía que propone el periodista Miquel Molina en su libro de urgencia. Alerta Barcelona (Libros de Vanguardia), siguiendo la teoría de Greg Clark –autor de Global cities, a short history– acerca de las ciudades complement­arias en lugar de rivales, como Río de Janeiro-São Paulo o Sydney-Melbourne. Ya ha habido diversos intentos de tender puentes, acueductos, jumelages –tal y como se decía en florido– entre Madrid y Barcelona, dos urbes cosmopolit­as y resiliente­s, que han remontado penurias y luchado contra la barbarie. Se dice que la una es grandilocu­ente y la otra estilizada; meseta versus Mediterrán­eo; el amarillo terroso velazqueño enfrentado al azul poético de Miró; castiza y zalamera, la otra más contenida y seca. “Los madriles” aún resulta una manera altanera de referirse a la que fuera Villa y Corte,

Mientas los catalanes se pirran por organizar picapicas, pasados los Monegros las tapas se toman de pie

tan monárquica como republican­a.

A lo largo del tiempo he observado las diferencia­s en la vida cotidiana de ambas ciudades. El agua del grifo, la luz del cielo, los horarios de oficinas y comercios, la oferta de embutidos –mucha más caza en Madrid, además de capón relleno– los papeles pintados en las paredes de las casas o la tasa de humedad. Mientras los catalanes se pirran por organizar pica-picas, pasados los Monegros las tapas se toman de pie, incluso con tirantes rayados, un estilo denostado en Catalunya, donde, entre ellos, imperan las camisas negras y las gafas de varillas coloreadas, al tiempo que ellas evitan los joyones que exhiben sin culpa y con la melena bien ahuecada las señoronas del barrio de Salamanca. El carácter catalán obliga, en los mails, a despedirse con un merci oun salut,pero en la capital española todo quisqui que no sea borde se besuquea y abraza hasta por escrito.

Con todo, son más numerosas las coincidenc­ias que las brechas. Comandadas por sendas alcaldesas progres que, se pensaba, harían volar cometas, creativas como un Tierno Galván o un Maragall, hoy madrileños y barcelones­es se resienten de la suciedad y el caos del tráfico, barruntan sobre los problemas de sus centros, repiten que los alquileres están por las nubes, igual que las escuelas infantiles, y protestan porque muchos accesos públicos no están adecuados para sillas de ruedas.

Tras los estragos del procés se ha puesto de moda repetir una misma cantinela: que Barcelona ya no es lo que era, otrora cosmopolit­a y vanguardis­ta, la que fuera admirada por madrileños y andaluces, y en la que ahora apenas palpita la vida cultural porque la gente vive en tensión, las familias andan peleadas y los niños apenas farfullan el castellano. Y eso es tan demagógico como afirmar que Madrid es una ciudad henchida de facherío, clasista, pomposa, y llena de españolazo­s.

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