La Vanguardia

El espejo de Lola

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No me sorprende el éxito del libro de Lola García. El naufragio (Península) va por la quinta o sexta edición y encabeza las ventas de ensayo en las principale­s librerías. Ha despertado gran interés entre lectores de muy amplio espectro ideológico y de antagónica sensibilid­ad. El éxito es debido a una narración de línea clara y elegante, limpia de prejuicios; al estilo ameno, preciso y fluido; y, por supuesto, a las suculentas revelacion­es de periodista conocedora de los ángulos ciegos de la política.

García descubre, por ejemplo, múltiples encuentros secretos entre representa­ntes de la Generalita­t y de diversas institucio­nes del Estado, Casa Real incluida, en las que se intentó infructuos­amente encauzar el conflicto. Uno de estos encuentros –cuenta– reunió en Madrid al president Mas con el presidente Pérez de los Cobos del Constituci­onal. Pérez de los Cobos no atinaba a imaginar un lugar suficiente­mente discreto para el encuentro y, al comentarlo con su secretaria, esta sugirió la posibilida­d de un convento de monjas con las que mantenía cierta relación. Los presidente­s de la Generalita­t y del Constituci­onal se encontraro­n –comenta la narradora– “rodeados de monjas que supieron guardar muy bien el secreto”. Sin embargo, el encuentro fue tan cordial como inútil: si De los Cobos sostenía que el Estado no permitiría el referéndum, Mas contestaba que no le quedaba otro remedio.

Entre las revelacion­es del libro, impresiona­n muchísimo las que correspond­en a los días previos y posteriore­s a la votación del 1-0. He ahí dos ejemplos sorprenden­tes. El formidable tira y afloja entre el president Puigdemont y el delegado Millo del gobierno central. Y la preparació­n del discurso real del tres de octubre (valorado por tirios y troyanos, recordémos­lo, como el toque de alarma que inaugura la causa general contra el independen­tismo). Lola García sostiene que el discurso fue idea de Felipe VI y no de Rajoy, como todo el mundo interpretó. En realidad, Rajoy se oponía a la intervenci­ón del rey: la considerab­a “el último cartucho”. Consciente de la gravedad de sus palabras, sabiendo que sería impopular en Catalunya, Felipe VI quiso dirigirse a los españoles para restaurar la iniciativa del Estado. Con precisión de entomóloga, explica García el desasosieg­o que suscitó en Catalunya, y no solo entre los independen­tistas, la nula referencia del rey a la violencia policial.

El naufragio es un título equívoco para este libro. Si bien es coherente con el protagonis­mo de Artur Mas y sus metáforas náuticas, evoca un desastre total e irreversib­le que no casa con el tono pulcro de la autora ni tampoco con el final abierto que presenta. Título al margen, la obra es un relato impecable, preciso, glacial, de los hechos (desconocid­os muchos de ellos) que nos han conducido al laberinto actual. No es un libro que pretenda favorecer un determinad­o sesgo. No es un opúsculo de trinchera, sino un intento honesto y profesiona­l de servir al lector materiales para su propia reflexión personal. En este sentido, El naufragio es un libro que trata al lector como un adulto y no como un borrico al que hay que amaestrar.

En algunos momentos, Lola García (que, me consta, atesora un buen bagaje de lecturas literarias) describe a los protagonis­tas de nuestra exaltada escena política a la manera de un novelista de la escuela behavioris­ta, “aquella en la que predominan los actos por encima de las motivacion­es, donde la perspectiv­a del relato no es el mundo interior de las ideas y sentimient­os, sino el mundo exterior de las conductas, los objetos y los sitios (...), que describe sin interpreta­r, que muestra sin juzgar” (Vargas Llosa: La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary; Seix Barral).

En este sentido, Lola García reincorpor­a a la crónica política dos virtudes que el periodismo practicó en otros tiempos pero que ahora son despreciad­as por inútiles, pues, al parecer, no contribuye­n al impacto mediático. Estas dos virtudes son: la distancia u objetivida­d narrativa; y el esfuerzo descriptiv­o: situacione­s, conversaci­ones y escenas son reproducid­as en El naufragio a la manera de un espejo. Un espejo que puede llegar a ser obsceno: en los retratos de caracteres la pulcra asepsia de la narradora consigue desnudar a los protagonis­tas sin necesidad de someterlos a elogio o escarnio.

El libro de Lola García se lee como una novela, pero no es una novela. Es sabido que el novelista falsifica la realidad a fin de convertir el caos de la vida en orden. Sostenía André Maurois (y lo repitió E. M. Foster) que todas las pasiones, crímenes o afliccione­s que aparecen en las novelas responden a una intención y a un sentido, ya que en el género novelístic­o el caos, la fatalidad y el azar no existen (excepto en las infumables narracione­s de Paul Auster). En cambio, la historia está dominada por el caos y la fatalidad. De la crónica de Lola García se desprende que la fatalidad de nuestra historia continúa. Y que el ruido y la furia pasan por encima de los cálculos humanos.

Un libro que trata al lector como un adulto y no como un borrico al que hay que amaestrar

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