La Vanguardia

Billetes grandes y calderilla

En la era de las tarjetas y las criptomone­das, las transaccio­nes en efectivo con billetes grandes son sinónimo de corrupción

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Ya tengo una edad, pero hay muchas cosas que no he visto nunca. A todos nos pasa. Somos plenamente consciente­s de algunas, pero de otras no, tal vez porque no sabíamos ni que existían. Por ejemplo, admito que nunca vi el famoso número pornográfi­co que protagoniz­aba un burro en la sala Bagdad. Desconozco si me he perdido algún otro número zoofílico ejecutado por un ser humano con alguna otra especie animal. Pero si me pusiera a hacer una lista con todas las cosas que no he visto, jamás terminaría. Ayer, ante una fotocopia plastifica­da en una gasolinera, me di cuenta que nunca vi un billete de 500 euros. Como mínimo, en directo. Diría que tampoco de 200, aunque en este caso no pondría la mano en el fuego. De 100 euros sí he tocado alguno, no demasiados. Son verdes. Desde que nos pasamos al euro, podría contar los que vi con los dedos de una mano, y aún me sobrarían. Hace un par de años, el Banco Central Europeo acordó dejar de hacer emisiones de billetes de 500 euros a finales de este 2018. No sé si las mitificada­s imprentas de billetes aún tienen previsto estampar alguno en las seis semanas que nos quedan para acabar el año, pero su desaparici­ón será muy relativa. Por un lado, porque para la gran mayoría de la población que no nos dedicamos a especialid­ad delictiva alguna, los billetes de 500 euros siempre estuvieron desapareci­dos. Pero es que, además, los que están en circulació­n seguirán siendo de curso legal. Es una desaparici­ón virtual, pues, que no va a ninguna parte. Los traficante­s seguirán traficando con sus billetes preferidos y la resta de mortales seguiremos sin olerlos. Cuando se implantó el euro, algunas gasolinera­s se apresuraro­n a colgar unas fotocopias plastifica­das como la que vi ayer que reproducía­n un billete de 500 y otro de 200 para ilustrar la advertenci­a de que no aceptaban billetes de los grandes.

Hoy en día, los dispensado­res más habituales de billetes son los cajeros automático­s. Hasta hace poco, la mayoría de máquinas sólo podían expedir billetes de dos tipos. Las había que optaban por la pareja 20-50 y otros, menos, por 10-20. Cada vez hay más cajeros que permiten elegir entre más variedades de billetes, pero la franja central no se ha ensanchado demasiado. Billetes de 10, 20 o 50, casi siempre. Alguna vez de 5. Nunca de 100, o como mínimo yo nunca topé con ninguno. Y, por supuesto, jamás de los jamases de 200 o de 500. ¿De qué sirven, pues, los billetes grandes? ¿Quién los usa? En la era de las tarjetas de crédito y las criptomone­das, las transaccio­nes en efectivo con billetes de los grandes son sinónimo de corrupción. Ya pasaron unos cuantos años desde el caso Palau, pero la asociación de Fèlix Millet y su infiel Montull con los billetes grandes aún es vigente. En el otro extremo de la cadena pecuniaria, las monedas de cobre (de 1, 2 e incluso 5 céntimos) son verdaderas nimiedades. Acuñarlas es uno de los gastos más absurdos de la zona euro.

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