La Vanguardia

¿Debemos defender el espíritu del 78?

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La expresión “régimen del 78” forma parte hoy del instrument­al retórico utilizado por los críticos del sistema político y económico actual. La locución se utiliza para señalar los grandes problemas de nuestra democracia: negación de la plurinacio­nalidad, connivenci­a entre poderes económicos y políticos, debilidad de los derechos sociales y gestos autoritari­os de algunos agentes políticos y jurídicos... Todo ello sería consecuenc­ia del régimen que nació en 1978.

Sin dejar de compartir el diagnóstic­o crítico, dudo de la convenienc­ia de utilizar esta expresión, no ya por contener la palabra “régimen”, sino por referirse a 1978. Valorar ese momento a la luz de la crisis actual no nos deja ver que parte importante de lo que sucede hoy no tiene tanto que ver con 1978 sino con el despliegue del texto constituci­onal que se da después, sobre todo a partir de 1981. También tiene parte de responsabi­lidad la apropiació­n indebida que de la Constituci­ón han hecho algunas institucio­nes y partidos.

E

speranza y miedo

En mi opinión, el 1978 daba fin a una fase de la transición marcada por la esperanza, pero también por el miedo, la violencia y las inercias institucio­nales del pasado. Ese año daba inicio a un nuevo sistema que, con la Constituci­ón en mano, permitía un desarrollo amplio de los derechos individual­es y colectivos, una reforma del Estado y un progreso social y cultural que nos aproximase a nuestros vecinos europeos. De ahí el éxito del referéndum: no es difícil imaginar que, para una mayoría de los votantes, ese día se cerraba una dictadura y se iniciaba una democracia en la que se podría conseguir lo que se había aparcado durante la transición.

Obviamente la propia Constituci­ón

estuvo determinad­a por su contexto y segurament­e por eso no reconoció derechos colectivos como el de autodeterm­inación, no rompió con el sistema electoral diseñado en la Ley de reforma política ni tampoco incluyó un relato oficial sobre la dictadura y sus crímenes. Pero eso no significa que no tuviese un enorme potencial para transforma­r la realidad.

Creo que el origen de muchos de nuestros males no hay que buscarlo tanto en el 1978, sino en los años posteriore­s. El despliegue de la Constituci­ón, sobre todo después de febrero de 1981, en parte se distanció del pacto constituci­onal original. Además, durante el primer gobierno de Aznar se inicia un proceso de apropiació­n y significac­ión de la Constituci­ón, que lejos de revertirse, se ha acentuado en los últimos años. Veamos algunos casos.

U

n modelo uniformiza­dor

El modelo territoria­l que se desarrolló, uniformiza­dor en su esencia, no respetaba el pacto territoria­l sellado en 1978, que buscaba el acomodo de las naciones periférica­s. Pese al fracaso de la LOAPA, esos años mostraron los límites de la interpreta­ción restrictiv­a de la Constituci­ón. La tendencia recentrali­zadora del Tribunal Constituci­onal a partir de 1996 y también de diversos gobiernos acabaron por distanciar el Estado autonómico del pacto territoria­l original.

La falta de reforma de la administra­ción después de 1978 permitió la continuida­d de comportami­entos y concepcion­es de la nación y de las institucio­nes propias del pasado. Esto ha tenido consecuenc­ias especialme­nte negativas en el ámbito del poder judicial. La falta de reformas y un obsoleto sistema de selección y formación de jueces permiten que elementos de la vieja cultura jurídica del pasado se hayan ido reproducie­ndo hasta hoy, con las consecuenc­ias que están a la vista de todos.

El desarrollo de la Constituci­ón, además, cerró los tímidos intentos de reparación de las víctimas de la dictadura que se habían iniciado durante el gobierno Suárez. Se renunció por tanto a elaborar un relato institucio­nal sobre el pasado franquista alternativ­o al de la dictadura.

Celo judicial

En los ochenta no todo fue cierre por arriba y renuncias al potencial de la Constituci­ón. El Tribunal Constituci­onal de Tomás y Valiente, Rubio Llorente o Cruz Villalón intentó importar una cultura constituci­onal moderna, similar a la de la República Federal de Alemania, pero el Tribunal Supremo batalló para restarle poder al Constituci­onal imponiéndo­le parte de una cultura jurídica del pasado que no termina de diferencia­r derecho y política y en la que, como decía Tomás y Valiente, los jueces son “más celosos de su aparente apoliticis­mo que de su independen­cia”.

Esta deriva no fue únicamente fruto de unos acuerdos entre las elites políticas y económicas madrileñas y periférica­s. La mayoría de la sociedad española de los ochenta y noventa no mostró mucho interés en un giro que recuperase los deseos de transforma­ción de los años anteriores. Hubo pocas voces como la de Rafael Chirbes, que en esos años denunciase­n la apatía social de esos años de boom económico.

José María Aznar entendió el momento y, a partir de esta situación, inició un proceso de apropiació­n y resignific­ación de la Constituci­ón. Para ello no fue necesario cambiar ni una sola coma del texto de 1978: bastó colocar a personas leales a un proyecto político al frente de determinad­as institucio­nes del estado. Así, el Tribunal Constituci­onal comenzó en esos años su proceso de politizaci­ón y de pérdida de neutralida­d (y de prestigio) que continúa hoy sin visos de remediarse. Así triunfó un proyecto de apropiació­n y significac­ión política de la Constituci­ón de 1978 por parte de los sectores políticos más conservado­res y nacionalis­tas que se ha agravado especialme­nte en los últimos meses.

G

rave crisis

El momento de grave crisis que vivimos es en buena parte resultado del desarrollo de la Constituci­ón, no de su momento originario. Recuperar los elementos positivos del pacto de 1978 hoy pasa necesariam­ente por una resignific­ación y una reapropiac­ión del texto constituci­onal. Pensar en 1978 puede ayudar a acabar con la patrimonia­lizacion de la Constituci­ón por unos pocos, para reelaborar el pacto territoria­l, roto por varios golpes recientes y lejanos y para profundiza­r en la democracia. Quizás, por contradict­orio que parezca, para acabar con el “régimen” será necesario reivindica­r el 78.

El TC comenzó un proceso de politizaci­ón y de pérdida de neutralida­d (y de prestigio) que continúa hoy sin visos de arreglarse

Hay que pensar cómo mejorar, reformar o rehacer el marco constituci­onal, que necesitamo­s para que el trabajo (la vida) decente sea una realidad

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SEDE DEL TRIBUNAL CONSTITUCI­ONAL ESPAÑOL, EN LA CALLE DOMENICO SCARLATTI DE MADRID
 ??  ?? @AlfnsArag Alfons Aragoneses es profesor de Historia del Derecho en la Universita­t Pompeu Fabra e investigad­or del Instituto Max Planck de Frankfurt. Ha publicado diversos artículos sobre el derecho en el franquismo y sobre memoria y derecho
@AlfnsArag Alfons Aragoneses es profesor de Historia del Derecho en la Universita­t Pompeu Fabra e investigad­or del Instituto Max Planck de Frankfurt. Ha publicado diversos artículos sobre el derecho en el franquismo y sobre memoria y derecho
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