La Vanguardia

Una triple fractura

- Eusebio Val

El movimiento de los chalecos amarillos no ha sorprendid­o a los politólogo­s franceses. Lo ven como expresión de la triple fractura que sufre Francia desde hace años, de índole territoria­l, económica y política. El fenómeno presenta bastantes paralelism­os con la situación en Estados Unidos, que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, y con el triunfo del Brexit en Gran Bretaña.

Los chalecos amarillos han surgido, mayoritari­amente, en la Francia rural y suburbana. Se trata de una clase media empobrecid­a, de asalariado­s y pensionist­as con problemas para llegar a fin de mes. Muchos dependen del vehículo, a diario, para ir a trabajar, al médico o a comprar. Es significat­ivo el caso de Burdeos, ejemplo de ciudad pujante, de moda y muy cara. El reverso de la medalla es que decenas de miles de personas viven ahora lejos de la urbe, en busca de una vivienda asequible, pero vuelven a ella cada día para trabajar. Están entre los más afectados por la futura ecotasa, que grava sobre todo el gasóleo. Los coches diésel eran los preferidos –hasta ahora– por las clases populares. De repente, se les castiga. Eso explica que el área de Burdeos haya sido de las peores en bloqueos y perturbaci­ones de tráfico estos días.

La Francia rural está resentida debido a la desertizac­ión de su hábitat, la pérdida de servicios –desde escuelas hasta hospitales–, el abandono. Se ven perdedores.

Los franceses convencido­s de estar ganando con la globalizac­ión, como los profesiona­les urbanos con altos estudios y buenos empleos –con París al frente– , están dispuestos a pagar la ecotasa o a cambiarse su vehículo de motor de combustión por uno eléctrico. Tienen recursos para hacerlo. Ahí se manifiesta esa fractura económica, que es también cultural.

Esas fracturas se evidencian a la hora de votar. La Francia de los chalecos amarillos es muy abstencion­ista o bien vota por los extremos. No es casual que tanto el Reagrupami­ento Nacional –ex Frente Nacional (extrema derecha)– como Francia Insumisa (izquierda radical) traten de capitaliza­r el descontent­o. La otra Francia, la que aún apoya a Macron o lo considera el mal menor, asiste perpleja a la explosión de la rabia. La unidad republican­a, la cohesión nacional, están en peligro. No es la primera vez que esto ocurre. Francia posee una larga tradición levantisca. El presidente no lo tiene fácil para restaurar un mínimo consenso de aquí a las elecciones europeas, la próxima primavera.

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