El personaje porteño por excelencia
Culto, nostálgico, amiguero, caminante urbano, practicante de un humor sutil de media sonrisa, contable con alma de poeta, romántico y detallista, incansable conversador, aficionado a la escritura, al análisis político y a resolver el mundo desde la mesa de alguna cafetería de las de toda la vida, autor de insólitos y rigurosos informes económicos que envía puntualmente por correo electrónico cada mes a algunas de sus amistades, amante del tango y de sus significados, lector atento y agudo, perseguidor de libros usados, interesado en el teatro, las conferencias, las presentaciones y todo acto cultural que vibre, bebedor lento de buen vino tinto y entusiasta comedor de asados, pastas y pizzas, Carlos Campos, nacido en el hospital Churruca el 11 de septiembre de 1952, encarna la figura del porteño por excelencia, convencido y feliz de serlo, tan enamorado como indignado por su ciudad. Nos conocimos gracias a las redes, primero, y después personalmente cuando se convirtió en mi alumno durante uno de los cursos intensivos de microrrelato que di en Casa de Letras, allá en la esquina de Perú y Belgrano. Se sabe a la perfección las calles de la ciudad y los transportes que las conectan. Más todavía: da la sensación de que sería capaz de trasladarse de barrio en barrio pisando solamente librerías, hasta tal punto llega su conocimiento de estas, por no hablar de sus prodigiosos hallazgos cada vez que las visita. Carlos Campos parece el personaje literario que se le escapó a Cortázar de una de sus novelas para demostrar que, como el propio autor constataba en su obra, la magia existe en todas partes y atiende en Buenos Aires. Chapeau.