Luchas fratricidas
El surgimiento de la Crida como partido ha enconado las relaciones entre los herederos de la vieja Convergència. Se dirime una lucha de poder implacable. Como lo es también la pugna por la hegemonía del independentismo.
Junts per Catalunya, la formación que encabezó hace ocho meses, conseguiría diez escaños menos si se celebraran ahora las elecciones, según el sondeo oficial de la Generalitat. Esa candidatura se quedaría en 23 o 24 diputados de los 135 que componen el Parlament. No llegaría al 15% de los votos. Junts per Catalunya surgió con la voluntad de superar las siglas del PDECat, que a su vez nació como metamorfosis de la vieja, y en su día exitosa, Convergència. Hace sólo ocho años, la CDC de alcanzó los 45 escaños y era todavía la fuerza política hegemónica en Catalunya después de una operación para abrirse a otros sectores a partir de lo que se bautizó como la Casa Gran del Catalanisme.
El espacio que ocupaba Convergència se ha ido encogiendo y las siglas herederas se suceden sin sumar mucho más, incluso dejándose plumas por el camino. Puigdemont ideó entonces la Crida per la República, un paraguas bajo el cual se cobijaran todos los partidos independentistas dejando de lado su ideología, con el objetivo de unificar esa oferta bajo una misma marca, a semejanza del Scottish National Party (SNP). Pero desde el primer momento, Esquerra desbarató la propuesta y la Crida, perdida su razón de ser, se ha convertido en el detonante de una lucha intestina entre los sucesores de la antigua Convergència.
El artefacto se ha constituido como partido y reclama la absorción del PDECat, donde se refugian algunos de los dirigentes partidarios de emprender un camino más pragmático y de abandonar la estrategia del enfrentamiento sistemático y constante con el Estado. Consideran que entre los dirigentes de la Crida hay quienes desean una especie de “CUP de derechas” que nada tiene que ver con su tradición política. El PDECat se resiste a ser engullido y propone una coalición electoral para presentarse en Barcelona y las otras tres capitales de provincia. La tensión es máxima y crece a medida que se agota el plazo para tomar una decisión sobre las candidaturas a las municipales, en un par de meses.
Lo curioso es que, desde el momento en que la Crida se ha constituido como partido sin lograr unificar al independentismo, Puigdemont ha perdido buena parte de su interés por esa formación. El expresident es alérgico a la maquinaria de los partidos. Así que es
desde la prisión, quien alimenta y cuida a la formación recién nacida. El exlíder de la ANC anhela dirigir un partido y cree que puede hacerlo incluso desde Lledoners o aunque sea inhabilitado para cargo público. La figura que se perfila para poner cara al invento y ocupar puestos institucionales es la consellera que en su día rompió el carnet del PDECat. Alrededor de ella se arremolina una generación de adláteres que reclama el sacrificio del PDECat, que consideran que nació con mal pie. También se sitúan ahí algunos dirigentes de Convergència que perdieron el congreso de la refundación en el PDECat y que buscan recuperar poder. En esta batalla interna, Artur Mas se mantiene de momento a la expectativa. El expresident espera que se produzca un acuerdo antes de las municipales, pero no tiene intención de situarse al frente de la Crida, sino más bien de mantener un perfil institucional.
Sólo hay tres posibles salidas. La primera, que el PDECat ceda y se integre en la Crida negociando su peso en la dirección. La segunda, que la Crida acepte presentarse con el PDECat formando una coalición electoral de partidos. Y la tercera, una fractura que no es descartable y que algunos creen que podría producirse antes de las municipales, aunque sería fatal para los intereses de los más de 400 alcaldes del partido.
Y si en el espacio heredero de Convergència se dirime una de las luchas fratricidas más enconadas vividas hasta el momento, la pugna por dominar el espacio independentista también es implacable. De hecho, la Crida constituye el instrumento para disputarle ese puesto a Esquerra. Si el objetivo era en el pasado ocupar la hegemonía política y social en Catalunya, la actual división en bloques lleva a buscar metas más modestas. Y menos integradoras.