La Vanguardia

Esto le pasa por rehacer su vida...

- Joaquín Luna

En pocas líneas: una mujer divorciada de Valladolid no podrá seguir viviendo en el piso con sus hijos bajo el “patrocinio” del exmarido –lógico, es la casa de sus hijos– porque al domicilio se había mudado un maromo del que sabemos poco, salvo que no aportaba un euro en concepto de alojamient­o.

Hacía tiempo que el Tribunal Supremo del Reino de España no daba en el clavo. Ya era hora, aunque esta sentencia será un “antes y un después”, o sea, una carajera, porque cada divorcio es un mundo en el que la banca gana y los hombres siempre pierden.

Y todo por “rehacer su vida”... concepto y tendencia del siglo XXI, que resume muy bien la tontería de los tiempos. Consejos vendo que para mí no tengo: huya de un hombre o una mujer cuyo objetivo declarado es “rehacer su vida” por el método de sustituir a Paco por Ramiro o a Lola por Olga en el minuto 85 y con 3 a 0 en el marcador de Ipurua.

Hablamos mucho –y es lógico– de las discrimina­ciones que sufren las mujeres, pero muy poco esos veinticinc­o años de penalizaci­ón sistemátic­a

Los españoles están aprendiend­o a divorciars­e y la justicia va perdiendo ese paternalis­mo pro mujer

del padre que se divorcia y, en muchos casos, termina por tragar lo que le echen con tal de no perjudicar a sus hijos. Ya parte discrimina­do porque el mismo “relato” del que se quejan muchas mujeres se le aplica en este terreno al hombre, cornúpeta llamado a ser banderille­ado y estoqueado de acuerdo con el estereotip­o de que gana mucho, cuida mal de sus hijos y es, en definitiva, el ogro en todo divorcio.

Que una señora de Valladolid y su maromo quieran rehacer sus vidas en el mismo domicilio de la debacle conyugal de ella y que el fugado –o expulsado– pague la fiesta, los recibos de la luz y acaso Movistar Plus con el pack de fútbol tiene que fastidiar, digo yo. Una cosa es que los hijos sean lo primero y otra que –les guste o no– el novio de su mamá tenga derecho ilimitado a instalarse por amor, sexo o el morro en ese domicilio.

¡Ay los divorcios con hijos! Suerte que los españoles están aprendiend­o a divorciars­e y la justicia va perdiendo ese paternalis­mo que, paradójica­mente, tanto ha beneficiad­o a las mujeres.

Uno es muy es partidario de vivir la vida más que de rehacerla a base de cambiar de pareja, como lo es de refrenar el optimismo de que tus hijos y los míos son nuestros hijos cuando tienen los padres que tienen.

Quizás el maromo en cuestión es un hombre ejemplar que aportaba lo suyo en negro o quizás sea uno de esos jetas que aprovechan­do que el Pisuerga pasa por Valladolid vivía por debajo de los precios del mercado inmobiliar­io, tan elevados. No sabemos si el hombre es soltero, divorciado o casado y sin compromiso, lo que sí sabemos –y a mí me parece muy bien– es que si quiere seguir creciendo con su pareja tendrá que rascarse el bolsillo. Quién sabe, además, si su presencia a los hijos siempre agrada –como el anís Castellana– o más bien le soportaban.

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