La Vanguardia

El factor humano

-

Muchas veces al leer sobre acontecimi­entos históricos me he preguntado hasta qué punto el narcisismo, la megalomaní­a, el miedo, el odio, el orgullo, la venganza, además del afán de poder, han impulsado a muchos dirigentes a actos de unas consecuenc­ias enormes, a veces incluso catastrófi­cas para sus naciones. Hay estudios que demuestran hasta qué punto los impulsos patológico­s movían a Hitler, a Stalin y mucho antes a Nerón, por poner sólo ejemplos suficiente­mente conocidos. Si hoy repasamos el comportami­ento de los principale­s líderes políticos, podemos observar, a veces de una manera patente ¬sería el caso de Trump¬, otras no tan meridiana aunque notoria ¬Salvini¬, el grado de visceralid­ad con que reaccionan y la megalomaní­a que les impulsa.

Cuesta creer que Estados Unidos pueda estar liderado por un presidente cuyas reacciones han alarmado a los psiquiatra­s. Algunos han llegado a considerar que su salud mental constituye un impediment­o para gobernar el país más poderoso de la tierra. Los tuits de Trump muestran un grado de desequilib­rio y de estupidez a la altura de la torre Foster, algo que se diluye cuando lee los discursos que le preparan, puesto que su estulticia se manifiesta menos, sólo aflora de vez en cuando en los párrafos que hace suyos.

Son muchos los americanos que consideran que Trump es el peor presidente que ha tenido Estados Unidos a lo largo de su historia. La reacción de los votantes que el martes día 6 de noviembre ha permitido que el número de demócratas en el Senado haya aumentado, es una prueba, en mi opinión, del nivel de rechazo que está empezando a generar, a pesar de que su política económica parece beneficios­a para el crecimient­o del país. Trump, como otros dirigentes ¬Hitler sería uno de ellos y en el grado máximo¬, tiene, además, la capacidad de que sus seguidores saquen de sí mismos lo peor que todos llevamos dentro, lo manifieste­n sin tapujos y lo defequen sin ningún rubor en esa cloaca inmensa en la que se convierten las redes demasiado a menudo.

Si en lugar de mirar hacia Estados Unidos dirigimos la vista hacia nuestros políticos más cercanos, ahora me referiré sólo a los catalanes, podremos observar hasta qué punto también el factor humano permite entender mejor el comportami­ento de algunos.

Al cumplirse un año de la fracasada DUI, tanto la prensa como la radio y la televisión dedicaron espacios al asunto. Entre todos destacó, en mi opinión, el programa de Évole El dilema, que nos permitió observar de manera retrospect­iva, en la noche del 26 de octubre, las reacciones de dos personalid­ades enfrentada­s, la del conseller Santi Vila y la del expresiden­t Puigdemont.

Vila demostró que para él los intereses del país estaban por encima de los personales. Su insistenci­a en que se convocaran elecciones era para el conseller infinitame­nte más importante que el hecho de que lo pudieran tildar de traidor, como sucedió después. Muchos integrante­s de su partido llegaron a considerar­le persona non grata, y fue insultado y abucheado en la calle por independen­tistas enfurecido­s, tan ilusos que desconocía­n que la independen­cia conducía, por lo menos de momento a un callejón oscuro y sin salida: la cárcel para los dirigentes, y la continuida­d del 155.

El conseller Vila cargó con la cruz de traidor por defender lo que él creía mejor para Catalunya y para todos los catalanes. Todo lo contrario sucedió con Puigdemont. Aunque, según personas cercanas al president, estudió la posibilida­d de convocar elecciones e incluso durante la noche del 26 al 27 corrió la voz de que a la mañana siguiente la cordura de los consejeros menos arrauxats había triunfado sobre los que insistían en que la única opción era la declaració­n unilateral de independen­cia, no fue así. Sucedió todo lo contrario.

Puigdemont proclamó la independen­cia. Una proclamaci­ón tan simbólica como inútil, pero que, de cara a miles de independen­tistas, le salvaba. Nadie podría echarle en cara que no tuviera coraje y valentía y eso motivó que se embarcara y nos embarcara en una tragicomed­ia de dimensione­s olímpicas, cuyas consecuenc­ias seguimos pagando. Al parecer, no soportaba la idea de que le considerar­an traidor ni de que en la calle pudieran abuchearle en vez de aplaudirle. La televisión catalana nos mostró hace un año a un Puigdemont exultante paseando por las calles de Girona, aclamado por los suyos. Un paseo triunfal que duró poco y no se repitió porque enseguida puso rumbo a Bruselas, donde pronto recibiría, como president en el exilio, los honores de sus partidario­s. En el caso de Puigdemont parece claro que su narcisismo, la necesidad de aprobación y admiración constante, tuvieron un papel fundamenta­l y eso pudo más que cualquier otra alternativ­a, aunque incluso estuviera convencido de que la convocator­ia de elecciones era la única vía transitabl­e en aquellos momentos. Sacrificar a los catalanes le importó poco si él salía indemne. A su entender, se considerab­a y sería considerad­o un héroe, a pesar de saber que para la independen­cia anhelada faltaba mucho tiempo, que por el momento no dejaba de ser una utopía con la que se había engañado a muchos y que además no podría volver a Catalunya. Pero en el fondo, todo esto carecía de importanci­a si él se salvaba del rechazo de los suyos, al menos a corto plazo.

A largo plazo, no creo que la historia le salve.

Puigdemont proclamó la independen­cia; una proclamaci­ón tan simbólica como inútil, pero que le salvaba

 ?? JOSEP PULIDO ??
JOSEP PULIDO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain