Las dolorosas lecciones del peor ‘torb’
Un libro analiza la tragedia del Balandrau, el pico de los Pirineos en el que murieron 7 montañeros; sólo uno sobrevivió
Ytú quién eres? le preguntó Mònica Gudayol a su pareja, Josep Vilà, mientras descendían exhaustos y muertos de frío por el torrente de Fontlletera. La frase confirmó los peores temores de Vilà. Su compañera sufría una grave hipotermia y había empezado a delirar. El feroz torb había cogido por sorpresa a ocho montañeros en el Balandrau, pico de 2.585 metros del Ripollès, el 30 de diciembre del 2000. Sólo uno sobrevivió, Vilà, que 18 años después recuerda aquel devastador fin de año. El meteorólogo Jordi Cruz reconstruye lo sucedido en 3 nits de torb i 1 Cap d’Any. Crònica d’una tragèdia al Pirineu (Símbol Editors). “No me consta que haya habido un torb de estas características desde entonces”, afirma Cruz, subrayando que las previsiones meteorológicas han mejorado mucho en los últimos años. Ese 30 de diciembre se conjuraron todos lo factores que alientan un fenómeno tan virulento. La acumulación de nieve blanda en lo alto de las montañas y un intenso viento, que superó los 100 km/hora. “Tuvieron muy mala suerte, fue mucho peor de lo que indicaron las predicciones. La visibilidad era nula. Tal vendaval puede transportar un kilo de nieve por metro cuadrado y segundo, si no tienes la cara protegida es como si te clavaran agujas”, añade. La sensación térmica era de 30 grados negativos, puede que incluso de menos 40, “peor que en el Everest en condiciones normales”, precisa Cruz.
Los primeros pasos en el Balandrau no hacían presagiar un cambio de tiempo tan brusco. Había dos grupos, el integrado por Josep, Mònica y sus amigos, los hermanos Oriol y Elena Fernández, y el marido de esta última, Pep Artigas, y el de Josep Marí y la pareja formada por Josep Maria Miralles y Maria Angels Belsa. Todos con experiencia montañera.
“Salimos hacia las 11 de la mañana con una temperatura muy confortable, sudamos e incluso alguno se quedó en manga corta, pero a medio camino de la cima, hacia las dos, bajó súbitamente el termómetro. Nos dimos la vuelta. Estábamos descendiendo esquiando cuando nos pilló el torb. Nos tiró a todos al suelo”, cuenta Vilà. El ensordecedor ruido, sumado a la nula visibilidad, intensificaban la desorientación y la angustia. “Era muy difícil comunicarnos. Cayó un alud que atrapó de pleno a Oriol y parcialmente a Mònica”, sigue relatando. En ese punto no había cobertura de móvil, no llevaban palas y tuvieron que sacar como pudieron a Oriol de la trampa. La situación estaba fuera de control, lo que debía ser una excursión apacible se convirtió en un infierno. “El torb tiraba kilos y kilos de nieve que impactaban en sus caras”, escribe Cruz en su libro, en el que también da cuenta de la pesadilla, pero con final feliz, vivida por cuatro personas que fueron al cercano Gra de Fajol. Otra pareja, Àngela Roch y Javier Guerrero, no resistió el intenso frío. Los Bombers localizaron el día 31 sus cuerpos en la Coma d’Orri, a casi 2.500 metros. Sólo en este zona del Ripollès el
torb se cobró nueve vidas, en un fin de semana nefasto. También fallecieron un monitor de esquí en Port Ainé y un esquiador en Panticosa, engullidos por un alud, y un practicante de snowboard en Andorra.
Miralles, Belsa y Marí alcanzaron la cima del Balandrau. Aprovechando que en lo más alto había cobertura, Belsa llamó a su hijo para contarle que empezaban el descenso. El grupo de Vilà no había informado a sus familiares adonde se dirigían y no fue hasta el domingo cuando se activaron las alarmas. Los equipos de rescate no pudieron salir a buscarlos hasta la mañana del 1 de enero. Se sospecha que la mayoría amanecieron el día 31 sin vida.
Vilà aguantó dos noches al raso. Había visto morir a su pareja y había encontrado el cadáver de Oriol. “La tarde del 1 ya no tenía esperanzas, sufría congelaciones en los pies y un debilitamiento extremo. Me puse en una rendija del torrente de Fontlletera, me tapé la cara y cerré los ojos. De repente oí un helicóptero y le hice señales”. Es el único superviviente de las ocho personas sorprendidas por el torb.
El último cuerpo, el de Belsa, sepultado en la nieve, no fue hallado hasta marzo. Para entonces a Vilà ya le habían amputado tres dedos de los pies. En verano volvió al Balandrau para recorrer los parajes más angustiosos de su vida. Pero no fue hasta el 2013 cuando subió a la cima para “cerrar el círculo”.
Cuenta que sigue yendo a la montaña pero que nunca sale sin contar a nadie dónde va, ni tampoco sin calcular el tiempo que necesitará para volver al punto de partida. También lleva “muchas capas de ropa”. Tres de las lecciones que dejó una ventisca impredecible.
Sin esperanzas y tras dos noches al raso, el único superviviente cerró los ojos; al poco tiempo oyó un helicóptero