Bénédicte Savoy
Macron se compromete a devolver 26 obras del Quai Branly reclamadas por Benín al ser un botín del ejército francés de 1892
HISTORIADORA DEL ARTE
Junto al economista senegalés Fetwine Sar, Bénédicte Savoy es autora del informe en el que se basa el presidente Emmanuel Macron para restituir a Benín obras de arte transportadas a Francia como botín de guerra en 1892.
El viernes, tras recibir un informe –ocho meses de labor– de la economista senegalesa Fetwine Sar y la historiadora del arte francesa Bénédicte Savoy, el presidente Macron decidió “restituir sin más demora” las 26 obras de arte reclamadas (“botín cobrado por el ejército francés en 1892”), el 26 de agosto del 2016, por las autoridades de Benín.
Además, propone “reunir en París, en el primer trimestre del 2019, al conjunto de países interesados para definir una política de intercambio de obras de arte”.
Macron abrió, tal vez, la caja de Pandora de la museografía europea. Porque en su despacho del Collège de France, donde reposa un volumen de veinte centímetros de espesor, catálogo de las obras beninesas, Savoy puede mostrar otros cuarenta, resultado de la expurgación de los fondos del museo Quai Branly-Jacques Chirac, de París.
Alemania, Inglaterra o Austria poseen testimonios del arte clásico del reino de Dahomey, situado en el actual Benín. Pero Francia conserva más de 6.000 piezas. Y Branly atesora las puertas del palacio de Abomey, estatuas reales, tronos.
El idioma es peligroso. Haber llamado “de artes primeras” al museo que sólo Chirac quiso, y montó –sus predecesores preferían botines europeos– sitúa en el tiempo lo que en realidad no tiene ni edad ni propietario fijo.
Pero Macron quiere demostrar que tiene palabra. “Deseo que de aquí a cinco años –dijo en diciembre del 2017, en Uagadugú, capital de Burkina Fasoestén reunidas las condiciones que permitan la restitución, temporaria o definitiva, del patrimonio africano”.
Hay trabajo. De acuerdo con Savoy, “del 80 al 90% del arte producido en aquel continente está expuesto fuera”. Stéphane Martin, presidente del Branly, añade: “África es el único continente en esta situación”. Y aprueba Dominique Zinkpé, artista beninés: “Es frustrante que mis compatriotas conozcan su patrimonio a través de catálogos de exposiciones”.
Ayer, en Le Figaro, Jean-Jacques Aillagon, ex ministro de cultura francés, calificó el informe Sar-Savoy de “manifiesto militante, que no admite la contradicción”. Al “radicalismo del informe” opone “una cooperación reforzada con los países africanos”. Y cita las palabras de M’Bow, director de la Unesco en 1978, para quien ciertas obras “han echado raíces en sus tierras de adopción”.
Pero ante la misma Unesco, Patrice Talon, presidente de Benín, afirmó el 1 de junio pasado que “todas aquellas obras tienen un alma y deben regresar a la tierra en la que fueron creadas, encontrar su coherencia en una historia que relate más grandeza que servidumbre”.
Contradictor, Julien Volper, conservador del Museo Real de Centroáfrica, en Tervuren (Bélgica), denuncia “un movimiento maniqueo impregnado de anacronismo. Francia puede ayudar a constituir colecciones africanas, sin desmantelar las suyas”. Y apunta: “Ciertos museos de Camerún exhiben objetos rituales de otros países, trofeos bélicos”.
Dos matices de historiadores. Mediado el siglo XIX, inmigrantes afrobrasileños, antiguos esclavos, dominaban el mercado exterior del actual Benín. ¿Productos típicos de exportación? Maíz, tomates y tabaco, llegados de América. Y en 1892, cuando el general mestizo Alfred Amédée Didds, enviado por Clemenceau, sometió al rey Behanzin, los habitantes de Ketú, al norte, celebraron su victoria, que los liberaba de la esclavitud.
Alemania, Inglaterra o Austria poseen arte de Dahomey, y sólo Francia conserva más de 6.000 piezas