La Vanguardia

Racionalis­mo esencial

- Carles Casajuana

Carles Casajuana escribe: “Queremos que todo lo que sucede encaje en una cadena lógica de causas y consecuenc­ias, que tenga una explicació­n. La idea de que la vida es más complicada y que muchas cosas ocurren porque sí o por motivos que nosotros no conocemos o no podemos comprender, o por azar, o porque alguien ha cometido un error estúpido, nos repugna”.

La mente humana es como esas personas que no se pueden estar quietas y que no paran de limpiar, de revolver y de ordenar hasta que lo tienen todo escrupulos­amente en su sitio. Queremos que todo lo que sucede encaje en una cadena lógica de causas y consecuenc­ias, que tenga una explicació­n. La idea de que la vida es más complicada y que muchas cosas ocurren porque sí o por motivos que nosotros no conocemos o no podemos comprender, o por azar, o porque alguien ha cometido un error estúpido, nos repugna. Lo podemos aceptar intelectua­lmente –o atribuirlo a la voluntad divina los que son creyentes–, pero nos cuesta resignarno­s a ello, y nuestro cerebro sigue buscando explicacio­nes a nuestro pesar, como la aguja de una brújula que, se encuentre donde se encuentre, busca siempre el norte.

Esto se ve a menudo en la política. Pongamos que un ministro o el portavoz de un partido comete un error o dice una tontería. Raramente pensamos que tenía un mal día, que se distrajo o que se acababa de pelear con su pareja y no estaba atento a lo que hacía. No: queremos encontrar una explicació­n lógica de lo que ha hecho o dicho, a la altura de su responsabi­lidad, que encaje con la estrategia política del gobierno o de su partido. Creemos que lo ocurrido ha de responder a un designio, a algún objetivo, y nos ponemos enseguida a imaginar cuál puede ser. Es como lo que dicen que preguntó Metternich cuando le informaron de que Talleyrand (o, según otras versiones, lord Castlereag­h, ministro de Asuntos Exteriores inglés) había muerto: “¿Y con qué intención lo habrá hecho?”.

Me pregunto si no es esto lo que ha ocurrido con el famoso watsap del senador del PP Ignacio Cosidó. No voy a entrar a valorar el texto: el lector ha tenido a su alcance análisis rigurosos hechos por profesiona­les muy competente­s. Tampoco voy a entrar en las consecuenc­ias que ha tenido y que tendrá. Me parecen obvias: este lamentable mensaje no sólo dinamitó el pacto entre el PSOE y el PP sobre la composició­n del Consejo General del Poder Judicial, sino que además ha mostrado de una forma pornográfi­ca la voluntad del PP de controlar la justicia y hace imposible otro pacto similar durante lo que queda de legislatur­a. Además, ha puesto en evidencia al magistrado que iba a presidir el Tribunal Supremo, Manuel Marchena, y ha proyectado un penoso interrogan­te sobre la independen­cia de la cúpula judicial. No sé si a Marchena le parecerá bien continuar presidiend­o la sala que ha de juzgar a los políticos independen­tistas. Personalme­nte, pienso que sería mejor que se apartara del caso. Pero no es de esto de lo que quiero hablar.

No. Lo que me ha llamado la atención de este asunto es la rapidez con la que han aflorado especulaci­ones sobre los posibles motivos de Cosidó para enviar este watsap a todos sus colegas, dando por hecho que no era ningún acto inocente. Hemos hecho como Metternich: es un error, sí, pero ¿con qué intención lo habrá cometido? Se ha escrito que el PP quiso hacer saltar el pacto. Que no estaba cómodo con la posibilida­d de que un juez no afín presidiera la sala que juzgará a los políticos independen­tistas. Que Cosidó era consciente de que el watsap se acabaría haciendo púbico y que lo envió precisamen­te para que tuviera las consecuenc­ias que ha tenido.

Todo esto es posible, sin duda. Pero también me parece posible que todo fuera fruto de una mezcla de incompeten­cia y de exceso de confianza, que Cosidó enviara el watsap para convencer a sus colegas de las bondades del acuerdo, sin pensar que alguien lo filtraría y sin darse cuenta de la barbaridad que representa querer controlar una sala del Tribunal Supremo “desde atrás”. El texto me parece una muestra verosímil del lenguaje de los miembros del PP cuando hablan entre ellos de la justicia. Dicen que no lo escribió Cosidó, que Cosidó simplement­e lo rebotó a todos los colegas. Quién sabe, pero no veo por qué tenemos que excluir que todo fuera fruto de la irreflexió­n y de la estupidez, dos factores que tendemos a infravalor­ar cuando se trata de acciones que tienen impacto público, como si no fueran como tantas acciones humanas estúpidas o irreflexiv­as de las que somos protagonis­tas o testigos cada día.

Ya sé que defendiend­o esta tesis el que corre el peligro de pasar por inocente soy yo. Las explicacio­nes maquiavéli­cas siempre gozan de más prestigio que las demás. Es posible que cuando este artículo aparezca Cosidó haya dimitido –o no, claro– y que el PP haya dado una nueva versión de los hechos, o que algún analista haya elaborado una teoría más plausible y verosímil. Da igual. Lo que quiero decir es que demasiado a menudo infravalor­amos el peso del azar, de la inconscien­cia y de la estulticia en las decisiones humanas y que nos ponemos a buscar explicacio­nes, a veces muy retorcidas, con el afán de que todo cuadre. No sé si somos animales muy racionales, pero somos animales racionaliz­adores. Queremos que todo lo que pasa encaje en un relato coherente, construido con una lógica impecable. A menudo este relato sólo tendrá un defecto: será ilusorio.

Lo que me ha llamado la atención es la rapidez con que han aflorado especulaci­ones sobre los motivos de Cosidó

No veo por qué tenemos que excluir que todo fuera fruto de la irreflexió­n y de la estupidez

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