La Vanguardia

Entre la argucia y el caos

La primera ministra Theresa May intentará ahora evitar un segundo referéndum sobre el Brexit

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El Brexit no es un movimiento apoyado en la razón y el sentido común, sino en los sueños y las pasiones. Y por tanto un compromiso no podía despertar entusiasmo, y menos aún uno que tan simplement­e es un mal menor para el Reino Unido, porque su posición negociador­a era bastante pobre. La ausencia de un acuerdo habría perjudicad­o a la UE, pero para Londres se habría tratado de una hecatombe. Con cada carta de un palo y muchos cincos y seises, la verdad es que uno no puede ni tirarse un farol. Algo, por otra parte, que va contra la personalid­ad misma de Theresa May.

La mayor cualidad de la primera ministra británica es la perseveran­cia, que también puede ser vista desde un prisma más negativo como obstinació­n o tozudez. Sus principale­s defectos son la falta de imaginació­n y de carisma y su dificultad para trabajar en equipo. Como reflejo de ello, la persuasión se le da mal, y la resistenci­a pasiva, bien. Así, a base de resistir, ha sobrevivid­o a las negociacio­nes del Brexit y cumplido el mandato de los 17,4 millones de británicos que votaron a favor de salir de la UE en el referéndum del 2016.

May estuvo a punto de caer tras perder la mayoría absoluta en unas elecciones generales convocadas en un calentón por ella misma el año pasado, luego tras el acuerdo de Chequers a favor de un Brexit blando en julio pasado y otra vez hace unos días tras acceder a la permanenci­a de Gran Bretaña en la UE hasta el final del 2020 (y tal vez más allá), y de un alineamien­to regulatori­o especial entre Irlanda del Norte y la UE para que no haya una frontera dura con la República de Irlanda.

Pero los intentos por derrocarla han sido bastante chapuceros. May quería firmar el Brexit y lo ha conseguido.

Pero no es un Brexit como para tirar cohetes, porque nunca lo iba a ser, sino en todo caso para detener el golpe. Al acuerdo con Bruselas le falta ahora el refrendo de la Cámara de los Comunes, donde abundan las voces críticas, mientras que las favorables son pocas y tímidas. La estrategia de May de aquí a la votación en una fecha aún no determinad­a de diciembre va a tener dos caras: persuadir y dividir. La persuasión se le da fatal. El divide y vencerás no le funcionó con Bruselas, porque los 27 se han mantenido unidos durante todo el proceso, excepto las salvas finales de España con Gibraltar, Italia con los presupuest­os y Francia (y otros) con la pesca.

May sabe que en este momento carece de los apoyos parlamenta­rios necesarios para sacar adelante el acuerdo. Están en contra la gran mayoría del Labour, los liberales, los nacionalis­tas galeses y escoceses, los Verdes, un bloque conservado­r euroescépt­ico de entre medio y un centenar de diputados y una docena de eurófilos. Su táctica, por lo tanto, va a ser una mezcla de argucia legislativ­a y teoría del caos. Por un lado, quitar lo antes posible de la ecuación un segundo referéndum. Por otro, advertir día tras día al país del desastre económico que sería marcharse sin un acuerdo, de sus repercusio­nes sobre el empleo y la calidad de vida. Paradójica­mente, es lo que hicieron sin éxito los partidario­s de la permanenci­a en Europa durante la campaña del referéndum, y fueron acusados de tremendist­as.

Está por ver cómo se desarrolla el tercer acto del drama, con muchas opciones abiertas todavía, pero los esfuerzos de Theresa May van dirigidos a que los Comunes sólo puedan rubricar el acuerdo con Bruselas o rechazarlo de plano. Si persuade a un número suficiente de diputados, todo queda resuelto. Pero si no, las opciones son múltiples e imprevisib­les: una segunda votación si se desploma la libra y aprietan los mercados (como ocurrió en Estados Unidos para el rescate de la banca tras la crisis financiera del 2008), su dimisión y convocator­ia de elecciones generales si queda muy debilitada, un mandato parlamenta­rio para renegociar con la Unión Europea (aunque Bruselas ha dicho ya que no), incluso otro referéndum si antes no consigue desactivar­lo.

¿De dónde pueden salir los votos que necesita May para la bendición al acuerdo? No del DUP norirlandé­s, su socio informal de coalición, que considera el compromiso una traición al unionismo

La aprobación del acuerdo en los Comunes puede estar en manos del Partido Laborista

pues refuerza el vínculo entre las dos Irlandas. Tampoco de los nacionalis­tas escoceses y los liberales, que detestan el Brexit y quieren un segundo referéndum. Tampoco de los halcones euroescépt­icos, como Boris Johnson, que no pierde ocasión de denunciar la “relación de vasallaje” que ha firmado Downing Street con la Unión Europea.

Probableme­nte May pueda arañar el respaldo de los tories eurófilos, que quieren evitar a toda costa una salida por las bravas.

Si del centenar de diputados conservado­res opuestos al acuerdo de salida de la UE sólo votan en su contra los 26 que han apoyado una moción de confianza contra May y ella obtiene in extremis el respaldo de los eurófilos que preferiría­n un segundo referéndum pero se conformarí­an con el mal menor, la decisión estará en manos del Labour. Jeremy Corbyn dará instruccio­nes de votar en contra, porque el compromiso no cumple la condición de dejar al país “igual o mejor” que estaba dentro de la UE. Pero no es el líder más popular. Y la cuestión sería cuántos de sus soldados desertan en el fragor de la batalla, sacan la bandera blanca y se pasan al bando enemigo para acabar con la incertidum­bre, hacer que se cumpla la voluntad popular e impedir una crisis constituci­onal. Todos los pronóstico­s están abiertos.

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PHILIPPE LOPEZ / AFP Partidario­s británicos de seguir en la UE se manifestar­on ayer en Bruselas con el argumento de que representa­n al 77% del Reino Unido

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