Trump presiona a México para que se quede a los migrantes
La policía lanza gases lacrimógenos en un intento masivo de saltar la valla
Es difícil imaginar un enfrentamiento mas asimétrico que este. Al norte de la frontera, 5.900 efectivos militares, helicópteros, aviones de reconocimiento y drones, así como otros miles de agentes de la patrulla fronteriza. Tienen licencia para usar fuerza letal, según confirmó la semana pasada el jefe del Estado Mayor estadounidense, John Kelly.
Al sur, entre 5.000 y 6.000 migrantes centroamericanos exhaustos y hambrientos, hacinados desde hace más de una semana en un polideportivo tras una odisea de un mes desde San Pedro Sula, en Honduras. Otros 2.000 migrantes se dirigen lentamente a Tijuana desde otras partes de México.
Pero los migrantes no se resignan. Un millar de manifestantes se congregó ayer desde las 10 de la mañana frente al puesto fronterizo más importante de Tijuana, San Ysidro, en lo que algunos calificaron de “muestra de fuerza”. Tras cerrar la garita fronteriza, cientos de policías antidisturbios mexicanos dispersaron la manifestación con bombas de gas lacrimógeno. Un periodista resultó herido por el impacto de un bote.
“Han tirado cientos de bombas; dos mujeres se cayeron desmayadas”, dijo un migrante salvadoreño que estaba sentado con cientos de otros centroamericanos en el muro de hormigón en la orilla del río canalizado, ahora sin agua, que delimita la frontera, donde al otro lado se lee pintado: “El sol brilla para todos”, mientras helicópteros de la policía mexicana y estadounidense sobrevolaban la zona.
Otros migrantes aseguran que integrantes de la patrulla fronteriza estaban disparando botes de gas desde el lado estadounidense de la frontera. Minutos después cruzó desde el otro lado del río un migrante con heridas en la cabeza. Había sido agredido con un machete, según testigos, por un tijuanense.
En este contexto de creciente tensión, muchos migrantes han logrado convencerse de que si siguen presionando en las calles de Tijuana podrán lograr una solución negociada con EE.UU. “Esta es una protesta pacífica para entrar en EE.UU. No vamos a pedir asilo, demora demasiado. Sólo queremos trabajar”, dijo Sami Rodríguez, de 20 años, trabajador de un almacén de papel higiénico en Tegucigalpa que viaja con su mujer, un bebé y su madre. En realidad, hay indicios de que la Administración de Donald Trump intenta negociar otra solución con el nuevo Gobierno de Andrés Manuel López Obrador que toma posesión el sábado. Según dos importantes medios de Washington, quiere pactar una fórmula mediante la cual México se comprometa a mantener a todos los refugiados a cambio de que EE.UU. acelere el procesamiento de las solicitudes de asilo. Pero Olga Sánchez Cordero, que será la ministra de Interior de López Obrador, desmintió que haya un acuerdo.
Los migrantes que no quieren pedir asilo, como Rodríguez, tienen dos opciones: intentar cruzar por su cuenta –casi imposible sin recurrir a traficantes, que cobran 15.000 dólares– o buscar trabajo en Tijuana.
Existe una tercera opción: 1.900 integrantes de la caravana han sido deportados tras pedir el retorno asistido. Las precarias condiciones en el refugio –con capacidad para sólo 3.000 personas– van haciendo esta opción más probable. Muchos de los 900 niños están enfermando. Los servicios médicos en el refugio han tratado más de 800 casos de problemas respiratorios. Dos niños han sido ingresados en un hospital con síntomas de neumonía.