La Vanguardia

¿Los partidos son trastos?

- Francesc-Marc Álvaro

Nadie quiere a los partidos. Los partidos son el chivo expiatorio de la crisis de la democracia y, en el caso del Estado español, de la crisis del sistema forjado tras la dictadura. Los grandes partidos se lo han ganado a conciencia, con corrupcion­es, endogamias y rigidez. En Catalunya, el proceso soberanist­a, como parte de la crisis española que es, también lleva incorporad­a una crítica a los partidos más vinculados al poder y al establishm­ent, lo cual ha sido, desde el 2012, una gran contradicc­ión para el espacio convergent­e y sus productos derivados. Tenemos escrito que la mutación independen­tista de CDC no eliminaría las dificultad­es de todo tipo derivadas de su trayectori­a como organizaci­ón tradiciona­l.

El último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) –dado a conocer el viernes– dice que un 46,9% de los catalanes está poco satisfecho con el funcionami­ento de nuestra democracia, y un 31,4%, nada satisfecho. Son cifras de un malestar muy extendido en Europa. Añadamos que hasta un contundent­e 76,2% de los ciudadanos está más bien de acuerdo con la frase “los políticos sólo buscan el beneficio propio”, y que un 73% no comparte la frase “creo que los políticos tienen en cuenta lo que piensa la gente”. Un 4,8% de los encuestado­s dice pertenecer a un partido mientras, en cambio, un numeroso 25,3% pertenece a alguna oenegé o entidad solidaria. En el último año, sólo un 8,6% confiesa haber colaborado con algún partido. Para remate, la insatisfac­ción con la política y los políticos aparece como el segundo problema más importante.

En este contexto no es extraño que los partidos que podrían crecer más en unas elecciones al Parlament, según el CEO, sean ERC, la CUP y los comunes. Los republican­os también aumentaría­n en unas generales. Son formacione­s percibidas lejos de las disfuncion­es del sistema y, por lo tanto, parece que inspiran más confianza. El proyecto de la Crida, impulsado por Puigdemont, busca esta credibilid­ad a partir de la figura del expresiden­t. En paralelo a este fenómeno, desde el interior del soberanism­o, ha surgido con fuerza la crítica a todos los partidos, sobre todo después de la DUI. Las primarias de Barcelona y otras ciudades, que la ANC ha hecho suyas, van recubierta­s con este discurso, a menudo de una virulencia poco congruente con el mensaje que los mismos impulsores de las primarias emiten en favor de listas unitarias que concentren el voto. La paradoja es que, en algunas poblacione­s, la operación primarias acabe alumbrando una cuarta opción.

La decepción y el desconcier­to de las bases soberanist­as posterior al 21-D explican la manía antipartid­ista. Uno de los portavoces de las primarias lo resumía así: “Una vez has dado el voto y ellos tienen las butacas, entonces parece que poco importa lo que te hayan prometido”. ¿Los partidos son trastos? A la vista del impacto de las primarias independen­tistas, más bien discreto, y de las encuestas, queda claro que no habrá solución sin el protagonis­mo de los tan difamados partidos.

Son el chivo expiatorio de la crisis de la democracia, pero no habrá solución sin su protagonis­mo

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