El último cartucho
Los contactos entre el Gobierno y Carles Puigdemont para buscar una vía de diálogo no han fructificado al gusto de los independentistas. Cada día que pasa, estos ven que la única solución que les queda es un nuevo golpe de unilateralidad.
Madrid y Waterloo están cada día más lejos. El fino hilo de negociación abierto entre ambas partes había generado un cierto grado de esperanza, dentro del escepticismo general, pero las peticiones de pena contra los líderes del procés han supuesto un baño de realidad. La
sensación del equipo de Carles
Puigdemont es que el Gobierno del PSOE no puede cumplir sus compromisos porque no controla la maquinaria del Estado. Las sanciones económicas fijadas finalmente por el
Tribunal de Cuentas contra Artur Mas, Joana Ortega, Irene
Rigau y Francesc Homs, así como la petición final del Abogacía del Estado han sido dos reveses con los que no contaba el entorno de Puigdemont después de los contactos no oficiales establecidos con emisarios del Gobierno central. La sensación de los independentistas es que, pese a las insinuaciones que han recibido de que puede haber una reducción de las penas durante el juicio, los líderes del procés van a recibir un castigo duro y severo. Tampoco fructifica la propuesta de Puigdemont de lograr una intermediación internacional de la Unión Europea para que supervise aquello que se pueda acordar. El Gobierno socialista está dispuesto a hablar de todo, pero no quiere aceptar someter la negociación a un árbitro internacional como si España y Catalunya estuvieran a un mismo nivel.
En estas circunstancias, la dirección de JxCat entiende que sólo le queda un cartucho en la recámara para imponer sus condiciones al no avanzar en su negociación con el Gobierno. La última bala es la vuelta a la unilateralidad de octubre pasado, que provocó la aplicación del artículo 155 y el inicio de las actuaciones de la Fiscalía. El famoso momentum que llegará coincidiendo con la sentencia del juicio en el Supremo y donde los sectores independentistas esperan que el malestar de parte de la opinión pública catalana explote. No fue casual que el propio Mas, moderado en muchos de los momentos claves de este largo conflicto, volviera a poner la unilateralidad encima de la mesa esta misma semana. Aunque ya se sabe que ERC no está a favor de esta posición, los dirigentes de JxCat creen que los republicanos se verán arrastrados a seguirla a la hora de la verdad.
Así, pierde fuerza la opción de un adelanto electoral como respuesta a la condena del Supremo. Puigdemont no cree en esta vía pese a los intensos rumores que apuntan a hacer coincidir las elecciones catalanas con la emblemática fecha del 1-O del 2019. Los estrategas independentistas creen que incluso en el hipotético caso de que mejoren los resultados del 21-D, estarían en la misma situación que se encuentran hoy. Por tanto, la opción radical va ganando cada vez más fuerza ante el convencimiento de que no tendrán otra oportunidad en el futuro. El mensaje ha llegado a los interlocutores socialistas, que han contestado que a Pedro Sánchez no le temblará el pulso en volver a aplicar el artículo 155, y hay quien ha añadido que este podría ser de ejecución más dura. Una fuente autorizada recuerda: “El PP no tenía cuadros para poner en las conselleries, pero el PSC los tiene de sobra”.
El contexto general español no ayuda a una desinflamación pese a los intentos del equipo de Sánchez, que hará un último intento de convencer a los dirigentes del Govern en su próxima visita a Barcelona. La crisis judicial, iniciada por la sentencia de las hipotecas bancarias y coronada por el watsap de
da alas a los independentistas para cuestionar toda la futura actuación del Supremo. Sólo faltaba que un juez quiera imputar a por su broma con la bandera española. A esta crisis institucional se suma el agresivo lenguaje contra los independentistas de PP y Ciudadanos, que se puede radicalizar aún más con la llegada de un nuevo actor que los supera: Vox. Todo hace más difícil el intento del Gobierno socialista de relajar la situación y, en cambio, alimenta las tesis de los soberanistas más radicales de aprovechar el momentum. En el fondo, el independentismo sabe que tampoco pueden mantener eternamente el pulso con el Estado. El controvertido juicio contra los líderes del procés será su último cartucho.