La Vanguardia

El transporte público en Barcelona

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BARCELONA y el área metropolit­ana, con una población cercana a los 3,3 millones de personas, casi el 43 por ciento de las que viven en Catalunya, adolece de la falta de un transporte público completo y eficiente, cuyo ejemplo más sangrante son las Rodalies. No obstante, también tienen que ver con la paralizaci­ón de la trascenden­tal línea 9 del metro a causa de la crisis y con la ausencia de una planificac­ión municipal de futuro, monopoliza­da los últimos tres años y medio por el proyecto de unión del tranvía en la Diagonal, una vez que se ha completado el nuevo sistema de la red de autobuses –el de las líneas horizontal­es y verticales– que ideó el alcalde Hereu hace más de ocho años, implementó el alcalde Trias y ha culminado la alcaldesa Colau. Apenas nada más en el horizonte.

Es cierto que en estos últimos meses algunas cosas se están moviendo en relación con una planificac­ión racional de las infraestru­cturas del transporte en el área metropolit­ana de Barcelona y en Catalunya. El reciente nombramien­to del ingeniero de caminos Pere Macias como coordinado­r del plan de Rodalies de Barcelona permite esperar una reactivaci­ón de los proyectos. Así se desprende de las reiteradas manifestac­iones de que “el Estado está en deuda con Catalunya” del ministro Ábalos, que nombró a Macias para esta importante función, y del conocimien­to atesorado por este desde la Conselleri­a de Política Territoria­l i Obres Públiques entre 1997 y el 2001, y como director técnico del proyecto de unión de los tranvías de Barcelona en el 2016. Aunque también es cierto que la urgencia de algunas cuestiones, que el reciente accidente ferroviari­o de Vacarisses puso en evidencia, reclama actuacione­s inmediatas.

En todo caso, sería interesant­e que de cara a las elecciones municipale­s del mes de mayo en Catalunya se abordara desde las distintas opciones políticas y de forma pública y contrastad­a la visión que cada candidatur­a tiene sobre las prioridade­s en materia de transporte público, así como la forma de acometerla­s y de financiarl­as. Incluso sería convenient­e el compromiso de asunción de responsabi­lidades sobre su ejecución para que los proyectos de movilidad no resulten un brindis al sol, de forma que el ciudadano pueda decidir su voto con garantías. La necesidad de contar con un sistema de transporte público eficiente y adecuado al terreno –y por tanto alejado de proyectos faraónicos y poco rentables, como los ha habido– no sólo es una cuestión fundamenta­l económicam­ente hablando, sino también de una gran rentabilid­ad social, que es mucho más importante y necesaria.

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