La Vanguardia

Ruido y nueces (algunas vacías)

- Joana Bonet

Nunca habíamos vivido tal avalancha de premios nacionales a mujeres: Almudena Grandes, Christina Rosenvinge, Francisca Aguirre, Maria Xesús Lama, Mariza, Yolanda García Serrano, Antònia Vicens y, como final de traca, la nonagenari­a Ida Vitale, premio Cervantes. Me congratulo de esta inédita ola de reconocimi­ento, que rescata auténticos tesoros, algunos alejados del mainstream. Y que por fin premia a creadoras de callo profundo, infatigabl­es y muy meritorias. Pero debo confesar que, lejos de triunfalis­mos y jaranas, hay algo que me turba: ¿o acaso no se aprecia en ellos la presión por cumplir ejemplarme­nte con el nuevo mandato social?: “Más mujeres entre los cromos para que no se nos caiga el pelo”.

El 2018 ha resultado ser uno de los años más fecundos para el feminismo: la catarata de denuncias por abusos sexuales ha tenido como efecto colateral de un daño evidente la inclusión de las mujeres en las agendas políticas y culturales.

Las excusas a Aina Clotet son las de siempre, las que tanto criticamos en boca de empresario­s improceden­tes

Ha sido una prioridad, desafiando el desprestig­io que siempre han tenido las cuotas, la llamada discrimina­ción positiva, una locución fea, un oxímoron conceptual, con buenísimos resultados en todas las luchas pro derechos civiles. En menos de un año, ser feminista ha pasado de ser estigma a tendencia. El fenómeno es interesant­ísimo: pocas veces una palabra que parecía rancia y arrinconad­a ha revertido su rechazo despertand­o una repentina simpatía entre los mismos que arrugaban la nariz ante las que considerab­an una especie de policías sexuales, avinagrada­s y sin sentido del humor ni del amor. Hoy, asistimos con asombro a las declaracio­nes de famosas que se dicen feministas de toda la vida, cuando hace cuatro días escondían el ala: a buen fin no hay mal principio, por decirlo con Shakespear­e.

También he observado otro fenómeno paralelo: jóvenes corajudas y sin pelos en la lengua han enarbolado la bandera violeta, sacando sus plumas de colores que tanto venden. Pero no puede entenderse el compromiso con la igualdad desde un liderazgo individual­izado que pretende hablar en nombre de todas, que puede dominar la teoría, pero que en la práctica no modifica la mirada. Y menos cuando se cae en trampas tan vetustas como la de penalizar el embarazo. Así lo ha denunciado la actriz Aina Clotet, que fue descartada en una serie de televisión, tras haberle sido confirmado el papel de protagonis­ta, porque su figura iba a cambiar. Y las excusas servidas son las de toda la vida, las que tanto hemos criticado en boca de empresario­s improceden­tes: dudar del resultado final, alegar complicaci­ones y aumento de costes, riesgos… además de aludir, en este caso, a unas escenas de sexo aparenteme­nte vetadas para las preñadas, tal y como marca el patrón androcéntr­ico. En plena onda triunfante, resulta poco ejemplar que una mujer, embarazada, deba someterse al clásico estereotip­o por decisión de otra mujer. Con una mano te doy, con la otra te quito.

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