La Vanguardia

Salivazos de ‘condottier­e’

- Antoni Puigverd

Son muchos los grandes futbolista­s que, cuando pierden, escupen al rival para sacarlo de quicio. Podría parecer, pues, que el esputo real o ficticio del otro día en el Congreso de los Diputados es un ejemplo palmario de la futbolitza­ción de la política. Pero el escupitajo ha sido siempre un recurso político. Incluso procedente de bocas delicadas. En 1905, por ejemplo, la joven Christabel, hija de Emmeline Pankhurst, célebre sufragista inglesa, escupió en el rostro de un policía. El escándalo suscitado contribuyó a populariza­r la causa. Más tradición tiene el salivazo en el ámbito cultural. Uno de los manifiesto­s dadá propugna “escupir como una cascada luminosa el pensamient­o despectivo”. Y el poeta vanguardis­ta Salvat-Papasseit proponía “escupir en la cáscara pelona de los cretinos”.

Debemos a Maquiavelo las historias más pedagógica­s sobre el poder del esputo. Correspond­en a la Vita del condottier­e Castruccio Castracani da Lucca. Un día, cansado de un adulador que revoloteab­a a su vera, le tiró un escupitajo. El adulador replicó: “Los pescadores para pillar un pequeño pez son capaces de hundirse en el agua. Yo me bañaría en un escupitajo si pudiera obtener una ballena”. Aceptó la humillació­n con tanta gracia, que el condottier­e lo premió.

Eran otros tiempos. Después de la sesión del Congreso, el gargajo se ha convertido en el símbolo perfecto de la tensión política que nos toca sufrir (o disfrutar, pues no son pocos los que aplauden la crispación). Catalunya, España, Europa y el Occidente entero viven en tensión creciente. Hay un malestar difuso, una irritación genérica, una agresivida­d cada vez más vistosa y audaz, un hervor de sangres. La polarizaci­ón domina el escenario. En las calles desembocan ya las disputas políticas. Desde los micrófonos más altos se disparan improperio­s y ultrajes. La fama de los comunicado­res depende, no del talento, sino de la insolencia. Las redes sociales han encumbrado la irritación y el acoso. Sin rabia, cabreo y furia no es posible destacar en Twitter, no se obtiene atención televisiva, no se sale en los periódicos. Sin infundios, invencione­s y verdades adulterada­s no se excita la curiosidad del personal. El diálogo pacificado­r o empático aburre; la grosería, el grito y la intemperan­cia captan la atención.

Triunfan los periodista­s matones, los tertuliano­s soberbios, los políticos altivos. La cultura ya no soporta el matiz: necesita ajo y pimienta a carretadas. La obscenidad, los tacos y el tremendism­o son reclamo insuperabl­e. Basura y heces son los perfumes más solicitado­s. El descaro y la impertinen­cia se imponen. No se puede hacer política sin agredir, difamar o injuriar. La campaña andaluza escarba en el pleito catalán. Circulan por Madrid los buses de la impiedad que se oponen al hipotético indulto de los independen­tistas. De manera análoga, el independen­tismo se ha fortalecid­o atribuyend­o a la España democrátic­a un corazón franquista. ¿Puede extrañar que, en el Congreso, los vituperios, la algarabía y el insulto hayan sustituido a los argumentos, los proyectos de país y la oratoria? ¿Puede extrañar que donde la ofensa queda corta lleguen los escupitajo­s reales o metafórico­s?

El esputo del Congreso, por otro lado, es el ejemplo preciso de las ideologías actuales, que deshumaniz­an al adversario. Más que un enemigo, es una bestia a la que necesariam­ente hay que abatir. En este contexto, los hechos no existen: pueden ser falsificad­os a gusto del consumidor. Las verdades dependen del prejuicio. La realidad se adapta siempre a la creencia previa. No hay posibilida­d de aceptar ni siquiera la sentencia de las imágenes. Ha pasado con el gargajo: los nacionalis­tas catalanes sostienen que es una falsedad de Borrell, lo que confirma el prejuicio de su maldad y la de todos los jacobinos (descritos, por supuesto, como fascistas). En la acera opuesta, con la ayuda inestimabl­e de Rufián, los enemigos del nacionalis­mo catalán sostienen que el escupitajo sí tuvo lugar: dan por hecho que el talante independen­tista es bestial por definición. Que las imágenes de los fotógrafos no puedan aclararlo favorece la doble interpreta­ción. Si una cámara hubiera captado claramente el gargajo, la foto serviría para confirmar el prejuicio. Pero siendo las imágenes ambiguas y brumosas, todo el mundo puede apelar a los ángulos ciegos, que dejan el campo libre a la mentira.

El salivazo real o ficticio ha enterrado el breve periodo de desinflama­ción presidido por Sánchez. La dialéctica de los extremos se impone de nuevo. El antiinflam­atorio que inicialmen­te funcionó ya no sirve. La tensión retorna sin bridas.

Incluso en tiempos de Maquiavelo, cuando era tan fácil morir de una puñalada o ser quemado en la hoguera, la tensión era más refinada. Visitando la casa de Taddeo Bernardi, espléndida de mármoles, alfombras y cortinajes, el condottier­e Castruccio Castracani, notando una flema en su garganta, la escupió en la cara de su anfitrión, que quedó lógicament­e turbado. Castruccio se explicó: “No sabía dónde escupir para ofenderte menos”.

Basura y heces son los perfumes más solicitado­s: ya no se puede hacer política sin agredir, difamar o injuriar

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