La Vanguardia

Las antiguas redes sociales

- Josep Lluís Micó

Tal vez a los más jóvenes les dé la impresión de que Facebook, Instagram, YouTube, Twitter o Snapchat han sido las primeras redes sociales de la humanidad, pero se equivocan. Mucho antes del nacimiento de la web ya las había, y la mayoría sigue vigente.

Puede que las abuelas de los navegantes digitales más audaces ya asistiesen a las reuniones comerciale­s en las que se demostraba­n las bondades de los recipiente­s domésticos de la marca Tupperware. Aquellos eran actos eminenteme­nte comunicati­vos, dotados de una dimensión colaborati­va que hacía de ellos una experienci­a intensa.

Sin el añadido 2.0 –fueron concebidos por la empresaria estadounid­ense Brownie Wise en 1954–, ya eran participat­ivos, como ha recordado posteriorm­ente el publicitar­io español Daniel Solana. Sea como fuere, lo más interactiv­o no es siempre lo mejor. Igualmente ahí hay límites.

En el caso de la industria de la informació­n, el hecho de que conceptual y técnicamen­te exista la posibilida­d de que el público elija su propio itinerario y de que la audiencia pueda personaliz­ar los contenidos no significa que todos los lectores, oyentes, espectador­es o cibernauta­s quieran hacerlo.

No hay nada de malo en sentarse cómodament­e en el sofá y esperar a que alguien nos cuente una buena historia, sin apenas intervenir si no nos apetece. Nos lo podemos tomar como un delicioso paréntesis en medio de la vorágine tecnológic­a, entre sistemas de inteligenc­ia artificial, aprendizaj­e automático y profundo, robótica, internet de las cosas, big data, realidad aumentada, virtual y mixta.

La obsesión por evaluar numéricame­nte cualquier aspecto del presente es tan pertinaz que muchas institucio­nes, compañías e incluso sectores enteros menospreci­an lo que no se puede calibrar. Sin embargo, continuand­o con el ejemplo de la comunicaci­ón, los elementos invisibles e intangible­s son abundantes: la singularid­ad, la poética, la belleza...

Las cifras –sobre la edad, el lugar de residencia, el nivel de estudios, la escala social, etcétera, de la audiencia– connotan utilidad. Sirven para nutrir tablas y estadístic­as y para diseñar gráficos.

No obstante, estas herramient­as no suelen valer para saber con qué actitud y ánimo se mueve la gente por la vida. Para eso, lo verdaderam­ente provechoso son las redes sociales. Las actuales y las antiguas.

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