La Vanguardia

La punta del dedo

La carta de los 120 académicos decía literalmen­te que “el acrónimo del acto propiciaba juegos de palabras inconvenie­ntes”

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Una de las constataci­ones en este inicio de siglo es que muchos sistemas que parecían estables colapsan. Pueden ser sistemas heterogéne­os de gran complejida­d, como los bancarios que modulan las crisis, los políticos que regulan las estructura­s estatales desde la dualidad (dicen una cosa y hacen otra) o los judiciales que asumen los titubeos de unos y las presiones de otros. Entre todas las minas que parecen prontas a estallar, hay una que afecta a la mitad de la población mundial. Cada día se destapan más casos de abusos sexuales contra las mujeres. También contra hombres, niños y otras letras del colectivo LGTBI+, pero las más frecuentes son las mujeres, víctimas de una violencia repulsiva que, comparada con la que justifica la presunta rebelión de los independen­tistas catalanes, es puro Armageddon. Eso, y el renacer de la conciencia feminista, aumenta la sensibiliz­ación general. Sobre todo cuando se divulgan sentencias que traslucen una carcundia machista de caspa abundante. La lógica reacción ante ciertas noticias, lamentable­mente cotidianas, es de alerta. El análisis de los comportami­entos incluye conceptos como los micromachi­smos diarios que impregnan a unas sociedades avanzadas que nominalmen­te se consideran igualitari­as, pero que no lo son. Y además, ahora empiezan a ni parecerlo. Pero esta imprescind­ible sensibiliz­ación general tiene efectos secundario­s. Como en todos los miedos, el miedo al machismo horripilan­te provoca monstruos. La alerta nos desconfigu­ra el sentido común y vemos amenazas por todas partes.

Pasará la semana que viene en Montreal. El 2 de diciembre se inaugura la conferenci­a anual de neurocient­íficos sobre Neural Informatio­n Processing Systems. Hasta la edición del año pasado, el acto era conocido con el acrónimo NIPS. Pero este año se llamará NeurIPS. Una evolución que va contra la economía del lenguaje. El motivo de tan extraño cambio se inscribe en el clima de hipersensi­bilización social. El pasado abril, el perfil de Twitter del NIPS tuiteó que los organizado­res estaban consideran­do cambiar de acrónimo porque 120 académicos de la Johns Hopkins University de Baltimore, Maryland, firmaron una carta denunciand­o “comportami­entos inaceptabl­es” en la edición del 2017. La carta decía que “el acrónimo del acto propiciaba juegos de palabras inconvenie­ntes” y ponía como ejemplo un acto previo, no oficial, que fue titulado Transforma­tionally Intelligen­t Technologi­es Symposium (TITS). Teniendo en cuenta que TITS significa tetas, entiendo que el juego de palabras inconvenie­nte que propiciaba NIPS no era la forma peyorativa para referirse a los japoneses (nips de nipones) sino una forma coloquial de designar los pezones (nipples).

Cuando alguien señala hacia el mal, siempre hay quien se limita a fijarse en la punta del dedo.

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