Quo vadis, Auditori?
L’Auditori, la sala sinfónica de Barcelona y por ende de Catalunya, lleva viviendo los últimos años un poco en tierra de nadie. El próximo marzo se cumplirán dos décadas de su inauguración pero, a pesar de sus muchos aciertos, no ha logrado consolidarse del todo en el imaginario de la gente como ese lugar al que hay que ir si se quiere escuchar música. Hay factores que han venido jugando en su contra y que no está de más analizar ahora que el proceso de selección de la persona que ocupará la dirección está a punto de concluir. Las esperanzas para relanzar el proyecto al nivel que le corresponde –¿su construcción respondía a una motivación real o fue una obra olímpica más?– están puestas hoy en este nombramiento.
La crisis económica ha coincidido con otras crisis que se han vivido en la dirección de L’Auditori, que pasó de ser general a ser dirección a secas tras el affaire Pérez Treviño, figura de vastos conocimientos artísticos y programa ilusionante de la que hubo de prescindir por el uso indebido que hizo de la tarjeta de crédito del equipamiento. Aquella situación se resolvió nombrando en su lugar a Joaquim Garrigosa, un
connaisseur que procedía de la docencia y que se ha empleado en poner el acento en la labor de la Banda Municipal o las Cantànies participativas, así como en blandir orgulloso la recuperación del repertorio catalán por parte de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya.
Al mismo tiempo, el que era entonces programador de los ciclos, Robert Brufau, se ha ido haciendo cargo de la dirección de programación en toda la transversalidad del equipamiento (excepto la orquesta), apostando especialmente por la temporada de Antiga, los solistas de la de Cambra, las Sampler Sèries o el nuevo ciclo Emergents. El esfuerzo es grande –más si el cargo es difuso–, y sin embargo, visto en perspectiva, aún prevalece la sensación de que el equipamiento es sobre todo una sala de alquiler para orquestas internacionales –el ciclo que propone Ibercamera–, sin líneas temáticas o de lectura claras.
¿Realmente se ha logrado situar en los últimos años la OBC en el eje central de L’Auditori tal y como se pretendía? ¿Se implica de verdad Kazushi Ono, su titular, en decidir qué otras batutas y repertorios convienen? ¿Son los cargos administrativos de L’Auditori quienes han de ocuparse de programar y comunicar la programación de la orquesta?
Y aún más: ¿Por qué no acaba de asumir L’Auditori su papel de equipamiento público que corre riesgos y juega un papel prescriptor, dando a conocer talentos que podrían ser los nuevos Dudamel del planeta (por ejemplo), ganándose así la confianza del público? ¿Se ha sabido personalizar la oferta de las figuras locales/universales de la clásica que son fieles al equipamiento, Jordi Savall y el Quartet Casals?
En tanto que auditorio catalán con presupuesto público, cabe también preguntarse por qué no ha sido capaz de acoger a otras orquestas y coros del territorio. Por contra, en su lucha por ofrecer un cartel con nombres rutilantes no siempre tiene en cuenta el retorno directo como le correspondería a una sala pública, tal como se hizo con la master
class de Lang Lang, o la colaboración con la OBC por parte de Gergiev y la Orquesta del Mariinski, o como podría hacerse proponiendo grandes solistas del país en conciertos magnos como los Gardiner...
Es este un momento complejo en el que, sin ilusión y sin un fino bisturí, la situación podría enquistarse. La nueva dirección ha de ser capaz de aprovechar el gigantesco potencial de ese equipamiento que, por otra parte, tiene un factor en contra: su ubicación en una zona aún inhóspita, por mucho que al lado esté el Teatre Nacional. Apartado del resto de enclaves de la clásica, L’Auditori está en un área sin nuevos restaurantes; el público no sabe muy bien qué hacer antes y después del concierto, por no mencionar la ausencia de taxis. Tampoco se ha trabajado en la conexión con el barrio. Es una isla desierta.
Así pues, no es difícil adivinar que la figura que asuma la dirección del equipamiento ha de poder construir una marca propia y definir un proyecto hasta ahora condicionado. Debe poder desplegar su personalidad, tener conocimientos sobrados en música, tener agenda de artistas, ser conocido y respetado en el sector y ser consciente tanto de la realidad del país como del calendario internacional de la clásica. En definitiva, sería preferible apostar por alguien con perfil artístico que por un candidato a medida de los responsables políticos, que pueda estar demasiado supeditado a la agenda e intereses de las administraciones. Sólo así podría la persona elegida acometer sin excesivas ataduras retos como la definitiva mejora de la orquesta, sin ir más lejos. En L’Auditori la ausencia de polémica equivale hoy a anestesia.
Otro capítulo a tener en cuenta es el presupuesto. Con 1,5 millones de euros para la programación general –a parte van los 3,3 de la OBC– es difícil compararse con la Philharmonie de París o el Barbican de Londres, por nombrar dos salas en las que L’Auditori quiere mirarse. Aunque sería más adecuado hablar del Southbank, esa estructura de hormigón junto al Támesis, menos elitista que el Barbican y con una vocación de formar públicos.
Para construir un proyecto de verdad emblemático haría falta algo más de dinero. Y una OBC cuya calidad no siga hipotecada por la falta de coraje para acometer un par de sustituciones incómodas.
Curiosamente, los programas de la orquesta, a raíz de la crisis, apuestan más por llenar la sala con un modelo de programación más
mainstream –esos Mahler y Beethoven en la misma velada– que por programar piezas de mayor riesgo. Un riesgo que, en cualquier caso, es ineludible si se quiere ejercer el papel de formador de públicos que corresponde a una orquesta subvencionada. Por no hablar de la fiebre por las bandas sonoras, que al final no suelen servir para llevar después al público a escuchar a compositores más complejos como puede ser Bartók. No se trata de vasos comunicantes.
En definitiva, L’Auditori debería poder contar con una persona sensata a la que se dé libertad. En la que se confíe. Por la que se apueste. Suerte.
Las esperanzas para relanzar la sala sinfónica están puestas en el nuevo nombramiento al frente de la dirección
Para aspirar a tener el prestigio de un Barbican o una Philharmonie de París, hace falta mejorar el presupuesto