La Vanguardia

Dembélé: un héroe de consola

- Sergi Pàmies

Hay días en los que el fútbol se manifiesta más a través de la negación que del progreso. En Buenos Aires, la exacerbaci­ón desesperad­a como seña de identidad nacional perpetúa los peores hábitos tribales. Mientras en París la cólera activa una ola de insurrecci­ón que ya no soporta la espiral de impuestos arbitrario­s, la coartada del fútbol se utiliza para volver a criterios de sociedad tribal. En nuestra Liga, por suerte, aún no hemos llegado a tanto. Aquí la negación es estrictame­nte futbolísti­ca, encarnada en un Atlético de Madrid y un Barça que se atascaron en un empate pensado más para no perder que para honrar la tradición de los Atlético-Barça.

La retórica del Wanda es un ejemplo de civilizaci­ón comparada con la brutalidad de parte de la afición argentina que se empeña en autodestru­irse. El Barça propuso un planteamie­nto convalecie­nte del partido contra el Betis. Valverde aún no ha digerido aquella derrota y pretendía no repetirla. Se le notaba en la manera de hablar, andar, mirar el partido, hacer las alineacion­es y los cambios y, al final, no entender que el empate no se considerar­a un éxito. Messi todavía no ha encontrado el tono que lo define como el mejor y es el primero en ser consciente que el Barça ha jugado más como equipo sin él que con él. El Barça vive un periodo extraño; si se detiene a mirar el paisaje, verá que es el único equipo que no está encontrand­o el modo de jugar como el Barça mientras son otros los que aplican su método. Es como cuando a los imitadores de un gran artista les va mucho mejor la vida que al artista imitado.

Pero nos queda la figura fascinante de Dembélé. Su contrato debería figurar en el museo del club. Hay cláusulas que, igual que las del fichaje de Coutinho, están más cerca del humor macabro que de la ingeniería que nos restregaro­n por la cara durante la presentaci­ón-aquelarre del contrato de Neymar. Dembélé destila un individual­ismo orgulloso impermeabl­e a la cultura de vestuario del Barça, trabajada desde que Piqué, Messi, Iniesta, Xavi y Cesc eran cadetes, ni de los valores que el club desea convertir en marca. Para sobrevivir en un territorio deliberada­mente hostil, Dembélé cultiva un fatalismo existencia­l que parte de una premisa: el hombre es un lobo para el hombre. Es más generoso y alegre que Anelka pero es hijo del mismo fracaso social y será difícil que lo conviertan al espíritu de las calçotades de cohesión de plantilla. Sabe que cuando vuelves tarde a casa te arriesgas a ser atracado o abordado por policías que, sólo por ser negro, te piden los papeles con un tono de abuso racista de poder. Por eso desprende esta fingida áurea patibulari­a preventiva y se

Dembélé es más alegre y generoso que Anelka pero es hijo del mismo fracaso social

identifica tanto con la condición de usuario de videojuego­s.

Con un joy-stick en las manos, amigos con los que competir y unas pizzas puede crecer al margen de lo que el mundo real espera de él. Por eso es de los pocos capaz de salir diez minutos y resolver un partido con un gesto tan temerario y elegante como el recorte previo al gol, que estuvo a punto de permitir que el defensa desviara el balón. Pero era el riesgo que había que correr en un mundo que, en la filosofía Dembélé, siempre permite reiniciar la partida. Por eso insiste con una determinac­ión robótica después de cada error, impermeabl­e al entorno. Por eso le encanta el papel de héroe y no tanto el sacrificio fraternal con el equipo. ¿Convertirl­o a la causa? Quizás será más eficaz como rareza indomable e imprevisib­le.

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DANI DUCH Dembélé, momentos antes de recortar y batir a Oblak en el Metropolit­ano
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